El sacerdote ministerial ordenado en la Pastoral de la Salud a la luz de «Pastores DaboVobis»

S.E.R. Mgr. Javier Lozano Barragan
Arzobispo-Obispo em. de Zacatecas

Presidente del Pontificio Consejo de la Pastoral de la Salud.

En el inicio del Tercer Milenio, en el ramo de la pastoral de la Salud, nos encontramos con una carencia de sacerdotes ministeriales. En parte se debe a la carencia de vocaciones sacerdotales, y en parte también quizá debido a no comprender bien este ministerio sacerdotal de la Pastoral de la Salud. En algunos casos se tiene una visión limitada de su cometido y se piensa que hay otras prioridades que no permiten centrarse en algo que se puede pensar periférico.
Se da también el caso de las Capellanías hospitalarias confiadas a los laicos por diversos motivos. En algunas partes se ha llegado a pensar que basta con estas Capellanías laicales y que no es más necesario la presencia del sacerdote ordenado, salvo quizá en algunos casos para su actividad estrictamente sacramental, que sin embargo, algunos ponen en duda, frente a la nueva problemática que presenta el hospital. En esta reflexión no nos centramos sólo en los hospitales, sino en la Pastoral de la salud. Como todos sabemos, la perspectiva actual ha dado un vuelco: la centralidad no es ya la enfermedad y la curación como tal, sino la salud, el cuidado y la procuración de la salud, que si se tiene hay que conservarla, y si no, hay que procurarla. Incluso se habla ahora menos de hospitales y más de centros de salud, de instituciones para la salud.
En esta perspectiva se ha avizorado todo desde un plano inmanentista que no es que niegue la trascendencia, sino que prácticamente no le importa y parece no necesitarla para su explicación. Se centra en la salud y los problemas fundamentales de la carencia de salud que necesariamente llevan a la muerte, se ocultan y no se tratan más allá de la cuenta estadística o bien el caso clínico.
En esta reflexión intento presentar algunos rasgos de la significación del sacerdote ministerial en el campo de la Pastoral de la Salud, siguiendo la luz de la Exhortación apostólica «Pastores DaboVobis». En dicha Exhortación se nos dice que la perspectiva es del Misterio al Ministerio. Intento pues partir de algunos rasgos fundamentales para comprender el Misterio del sacerdocio ministerial, para después desarrollar su impacto en el Ministerio mismo. Así la presente reflexión tendrá dos partes, una primera, sobre el Misterio del sacerdocio ministerial, y otra segunda, sobre el Ministerio resultante. En la primera intentaré una reflexión sobre la caridad pastoral desde Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia; en la segunda, propondré algunas ideas sobre el ministerio eucarístico, el ministerio eclesial, y así sobre el ministerio sanante del sacerdote ordenado.

I. El Misterio

Como habíamos ya apuntado, reflexionamos sobre la Exhortación apostólica «Pastores DaboVobis», y nos centramos en especial en sus números 21-23, donde nos habla más fuertemente de la «Caridad Pastoral», como constitutiva del sacerdocio ministerial.
A esta luz nos encontramos con una afirmación fundamental: El Espíritu Santo, por la Ordenación sacerdotal ministerial, conforma y configura al sacerdote con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia. El sacerdote es cambiado en su forma anterior de existir y su nueva forma que lo hace ser quienes, es una figura especial y distinta de las demás que reproducen a Cristo. Cristo tiene muchas facetas en su personalidad, como modelo del sacerdote ordenado resaltan las cuatro enunciadas: Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo. El sacerdote ministerial es lo que es y tiene su especificidad que lo distingue de otros cristianos, que también por el Bautismo se han configurado con Cristo, en cuanto que su figura es la de ser Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia. Esta configuración le da un ser esencialmente distinto a los otros cristianos, como veremos más adelante. Ahora reflexionamos sobre cada uno de estos rasgos:

1. Cabeza.

Curiosamente, dentro de una perspectiva eficientista de la sociedad actual, se nos olvida tantas veces lo profundo de la significación de la misma eficiencia. Nos encontramos con la eficiencia en un sentido mecánico de composición o recomposición; el concepto evolutivo para la apreciación científico-técnica es común. La materia no es la verdadera madre del progreso actual, sino una cantera de la cual se sacan elementos que se juntan o se separan y se manipulan al antojo. Para la acción nos guiamos por consensos que se generan por repetición psicológicamente adecuada que presenta una serie inacabable de productos de todo tipo, dentro del mercado globalizado de oferta y demanda. Todo parece venderse y comprarse, incluido también el consenso dentro de un subjetivismo total, auspiciado por los Mass Media..
El sacerdote como configurado con Cristo Cabeza, no es sólo el que produce una serie de consensos religiosos al presentar el producto de la palabra religiosa. Él produce algo mucho muy profundo que va más allá de lo que pudiera llamarse un salto cualitativo, produce la vida. Y esta vida es la única que existe en su expresión más honda, es la vida de la Santísima Trinidad que se participa al hombre en una misteriosa coexistencia histórica con el Verbo Encarnado en su experiencia histórica de su vida, pasión, muerte y resurrección. Es poner en una perspectiva universal a la vez que singular lo que es del todo singular e irrepetible: la Pascua del Señor Jesús. Es el actuar el llamado «universal concreto» único de la historia: la constitución plena de la vida de la humanidad en Cristo, que se manifiesta por el Espíritu y se proyecta en nuestra historia haciéndola historia de salvación que camina progresivamente hacia su consumación al final de los tiempos. Esta eficiencia del Sacerdote es la eficiencia de Cristo, que no es un mero ejemplo a seguir, sino la fuente eficaz única de toda la vida del Universo. Esta es su significación como Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia, como principio y fin de todo lo que existe, como Alfa y Omega, como en el que todo tiene consistencia, en el cielo y en la tierra (cf. Ef1,10; Col 1,15-20; Apc 1,8).
Cuando esto se expresa, se expresa en una palabra que es contenido real, que hace lo que significa, y esto es el Sacramento; y en una alegre noticia de esta maravilla, y esto es la predicación de la Iglesia, la predicación del sacerdote. El Sacramento funda la Palabra y la Palabra explica el Sacramento. El Sacramento es la realización situada en el tiempo histórico del universal concreto de la Pascua de Cristo que antes mencionábamos, y todo esto significa Cristo como Cabeza y todo esto significa el sacerdote ministerial conformado y configurado con Cristo como Cabeza.
La posibilidad de efectuar el Misterio la ha entregado el Espíritu Santo, pues esta conformación configurada se ha realizado por el Amor infinito de la persona del Espíritu Santo. Esto significa el Carácter que el Espíritu ha impreso en el sacerdote ministerial, que le da la distinción esencial respecto a los demás cristianos.

2. Pastor.

Esta capacidad de dar la vida tiene que conformarse ahora a aquellos a quienes va a dar dicha vida y esta es la función del Pastor. Pudiéramos decir que su función esencial es la inculturación. No sólo en cuanto a la presencia del Evangelio en el corazón de cada cultura y su transformación por su radicación esencial en la misma (cf. «Redemptoris Missio» 52), sino antes, por su inculturación en cada persona y pueblo en el que el sacerdote ministerial lleva a cabo su acción de dar la vida. Es el cómo, es la pastoralidad de su función. Esto conlleva la necesidad de cada sacerdote de identificarse con las personas a las que va a llevarla vida de Dios. Identificarse no con superficialidad, sino llegar al núcleo de cada persona, no para contemplarlo solamente, sino para transformarlo por esta vida divina, de manera que la vida divina tenga su expresión personal distinta en la pluralidad de las personas a las que llega a través del sacerdote. Permaneciendo la misma vida divina, recibe una coloración infinitamente distinta adecuándose a la vida de cada quien, y así llegando a la transformación íntima de las culturas de los pueblos.
Así se realiza Cristo Pastor al tenor del capítulo 10 del Evangelio de San Juan: Cristo conoce a sus ovejas y ellas conocen su voz, su Voz es ser el Verbo de Dios, y conocerla es identificarse con ella en una cristificación. Así alimenta a sus ovejas y así da también su vida por las ovejas (Cf. Jn10,1-16). La Pastoralidad no es una especie de referencia religiosa del «know how» técnico actual, sino que es la misma vida divina trinitaria puesta en movimiento desde lo más profundo del hombre de todos los tiempos. Comprende también saber llegar a este hombre, pero sólo como un prolegómeno de la auténtica pastoralidad. El sacerdote plasma su personalidad en ser este pastor configurado en Cristo y así en ser este portador eficaz de vida divina.

3. Siervo.

El Espíritu es el que ha conformado al sacerdote a Cristo. Y el Espíritu Santo en último término es la voluntad de Dios, pues El mismo es el Don de esta Conformación y Configuración a Cristo. La voluntad de Dios, el Espíritu Santo, es que el sacerdote conduzca toda su vida según esta conformación y configuración a Cristo redentor. Es así el máximo servidor del Padre que ha enviado a su Hijo para que el hombre de todos los tiempos tenga vida y la tenga en abundancia (Jn.10,10). Este servicio es el total de la vida del sacerdote, por eso es que se trata de un servicio hasta entregar la vida porque el sacerdote no tiene otra vida distinta que dar este verdadero servicio.
Es un servidor del Padre por la conformación y configuración con el Hijo que le da el Espíritu Santo, y en esta forma es el pleno servidor de sus hermanos. Por esto el sacerdote se configura con Cristo servidor, es el que vino a servir y a dar su vida por todos. Este es su ministerio, por eso su sacerdocio se llama sacerdocio de servicio o ministerial.

4. Esposo.

El sacerdote se configura con Cristo Esposo de la Iglesia, y así su ministerio es el «Amoris Officium». Se trata de un amor absoluto, total, pleno hacia la Iglesia, hacia todos los hombres. Su ministerio, su servicio, no tiene otro motor que el Espíritu Santo, que es el Amor infinito de Dios. Así se comprende que su oficio no pueda ser más que pleno amor. Cualquier motivación de otro género será inapropiada, pues su razón de ser, su personalidad es una personalidad espiritual, esto es, amorosa, del Espíritu. Esta es su espiritualidad. Esta espiritualidad le da una identificación con Cristo que lo hace ser transparencia de la Palabra que es el Verbo de Dios y lo sitúa en plena comunión con el Padre y con el Hijo, de tal manera que se comprenda el por qué de la castidad como unión total y exclusiva con Cristo y así, fecundidad total para reproducirá este Cristo pascual en los hermanos.
Especificada en estas cuatro líneas la personalidad del sacerdote ordenado, en ellas encontramos la palabra apropiada para describirlas y es la Caridad pastoral. Esta caridad pastoral es la maduración vital e íntima del sacerdote, toda su actividad debe ser fruto y signo de la misma. Es un don, un deber, una gracia y una responsabilidad. Se le exige al sacerdote para que su actividad pastoral sea actual, creíble y eficaz. Propicia su unidad interior. Lo hace compartir la historia y la experiencia de la Iglesia. Reproduce el misterio trinitario y plasma su unidad en torno al sucesor de Pedro y del Colegio episcopal.

II.Del Misterio al Ministerio

1.Ministerio eucarístico.

En la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II, Lumen Gentium (10), en su segundo capítulo, al hablar del sacerdocio de todo el pueblo de Dios, se precisa la distinción entre el sacerdote ordenado ministerial y el sacerdocio real bautismal, de todo el pueblo de Dios. Se dice que entre ambos media una diferencia esencial y no de grado. La diferencia esencial la fija el Concilio en cuatro rasgos que tiene el sacerdocio ordenado que no tiene el mero bautismal, y estos consisten en que el sacerdote ordenado:
1. Modela al pueblo de Dios,
2. Rige al pueblo de Dios
3. Confecciona la Eucaristía, y
4. Ofrece la Eucaristía en nombre del Pueblo de Dios.
El rasgo fontal es la confección de la Eucaristía. De él se siguen los otros tres rasgos. En la confección de la Eucaristía, en tal forma actúa en la persona de Cristo Cabeza de la Iglesia que hace el memorial de toda la obra salvadora de Cristo. Le da la presencia actual eficaz máxima, de manera que Cristo hoy lleve a cabo la redención. Hace presente al Verbo Encarnado, nacido de María la Virgen, con su historia propia, con su vida propia, con su predicación, con su pasión, su muerte, su resurrección, su ascensión a los cielos y su presencia actual gloriosa. Dado que por la acción se llega al ser, desde esta acción el ser del sacerdote ministerial, conformado a Cristo Cabeza, se constituye como ser instrumento de la Pascua del Señor.
Es obvio que así Cristo modela a todo el pueblo de Dios, pues Él es el modelo eficaz en su concretez histórica que se realiza en la Eucaristía, y también es obvio que así es como Cristo lleva a toda la humanidad al Padre, la conduce, la rige. Y en la Eucaristía da la posibilidad que el Cuerpo se una a su Cabeza y se ofrezca al Padre por el Espíritu, constituyendo por esta unión al Cristo total. En esta forma, de la confección de la Eucaristía, se sigue la modelación del pueblo de Dios, y el ser éste regido y ofrecido en el sacrificio de Cristo. Consecuentemente podemos decir que lo más profundo de la distinción entre el sacerdote ministerial y el sacerdote real estriba en la confección de la Eucaristía. Allí es donde en verdad el sacerdote ministerial de una manera histórica y continua se identifica instrumentalmente con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia. El clímax de la Caridad Pastoral se realiza en esta forma en la Eucaristía. Y de aquí va a brotar la misma Iglesia.

2. Ministerio eclesial.

En la convocación de la que resulta la Iglesia, el Padre nos envía su Palabra para hacerlo, y esta Palabra es el Cristo Pascual del que hablamos en el ministerio eucarístico. Cristo mismo es la convocación a la humanidad, es la llamada de la que resulta, de quienes responden a esta llamada, el pueblo de Dios que es la Iglesia, esto es, los convocados. Consecuentemente la fuente de la Iglesia es la Eucaristía, y Cristo nos convoca desde la Eucaristía.
Si el sacerdote ministerial confecciona la Eucaristía, entonces el sacerdote ministerial, según su propia función, convoca desde la Eucaristía a la Iglesia, esto es, la constituye. Desde esta constitución se entiende desde otra perspectiva lo que signifique que se conforma con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia.
Esta convocación es la vocación de la humanidad, por ella existe toda la humanidad, ésta es su genuina existencia.
En la S. Escritura toda vocación comporta tres rasgos definidos:
1. Por la vocación se constituye la persona en su propia existencia. Así por la llamada divina surge el mundo de la nada y surge también el hombre a la existencia (Gen 1-2).
2.Por la vocación se lleva a cabo una misión para la cual no se tiene de por sí las propias fuerzas, sin embargo, Dios las presta y le hace al hombre su socio en una compañía íntima con él mismo. (Jer 1,8 ).
3. La vocación lleva consigo el llevar acabo una misión para el bien del pueblo de Dios, y no se reduce a una dimensión intimista encerrada en la propia individualidad (Cf. Las grandes llamadas para beneficio del pueblo de Dios, Jueces, Reyes, Profetas; Ex 3,10-22; Jue3,9 et passim).
Todo esto se lleva a cabo de una especial manera en la llamada vgr. De los Apóstoles, que en especial según Mc 3,13-19, son llamados para que estén con Cristo y para que echen fuera los demonios y proclamen el Evangelio. La Vocación de María en la Anunciación es el paradigma en el que se realiza a perfección este triple aspecto (Lc 1,26-38)
Consecuentemente la vocación toca, hablando sintéticamente, tres aspectos fundamentales de toda la humanidad: su ser, su conexión con Dios y su conexión para los demás.
Cuando entonces se habla de que el sacerdote ministerial convoca en la Eucaristía a la humanidad, su convocación no es meramente una exhortación a seguir a Cristo, sino que es la fundación de su propio ser con el Señor para bien de todos. Este es otro aspecto para comprender la capitalidad de Cristo en la Eucaristía; de la Eucaristía le viene al sacerdote una conformación con Cristo Cabeza que significa ser el fundamento de la existencia de la humanidad renovada en Cristo, de la vida divina que se le da por una identificación con Cristo, como Cuerpo misterioso de Él, y de su misión universal de Servicio para todos los hombres. Esta misión se lleva a cabo por Cristo en su propia historicidad que hoy misteriosa mente se realiza por los signos de dicha historicidad viva que son los 7 sacramentos y que se transparentan en la comunicación de la Palabra que es la proclamación del Evangelio que reúne así, sólidamente la comunión de creyentes y constituye la Iglesia. La Convocación eucarística se realiza por los tres cauces de la Iglesia, la Santificación, la Palabra y la Comunión. Así se configura la Vocación de la humanidad.
La personalidad del sacerdote conformado y configurado con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia, es así la personalidad de quien desde la Eucaristía, instrumentalmente, pronuncia en Cristo la Vocación de toda la humanidad.

3.Ministerio sanante.

a) Salud.

En la época actual hemos dado un vuelco con relación al mundo de la enfermedad y la salud. Anteriormente se ponía como prioritario el problema de la enfermedad y su curación, ahora lo que se pone como prioritario es la salud y su conservación o bien, su recuperación. Así muchas veces se prefiere no hablar más de hospitales, sino de centros o instituciones de salud. Lo que ese encuentra como motivación en primer plano de la cultura actual es la salud. Entra de lleno en los presupuestos de la significación de la calidad de vida y de la cuantificación del bienestar de un país. Muchas veces en la divulgación de este modo de ver las cosas se privilegia la salud física, la salud del cuerpo como prioritaria. Pero poco a poco se va extendiendo la convicción de que el cuerpo es un aspecto del hombre, que hay que entenderlo en su complejidad y así la atención se va también centrando en aspectos sociales, mentales, ambientales e incluso espirituales.
En este contexto, hemos tratado en el Dicasterio de la Pastoral de la Salud de encontrar una descripción de qué sea la salud y la hemos formulado como: una tensión dinámica hacia la armonía física, psíquica, social y espiritual y no sólo la ausencia de enfermedad, que capacita al hombre para llevar a cabo la misión que Dios le ha encomendado, según la etapa de la vida en la que se encuentre.
Esta descripción se centra en la vocación del hombre. Es una tensión dinámica hacia la armonía estructural del hombre para que éste lleve a cabo la misión que Dios le ha encomendado. La misión va cambiando de acuerdo a las diversas etapas de la vida. Esta armonía estructural, esto es, física, psíquica, social y espiritual, es lo que constituye el ser vocacional del hombre y en último término es su realización en su conformación con Cristo muerto y resucitado. Conformación que lleva a cabo el Espíritu Santo. En esta forma, la salud temporal forma parte de la salud global que significa en último término la salud eterna. Así la salud entra de lleno en la convocación eucarística de la Iglesia y es a lo que el sacerdote convoca. No puede quedar ajena a la acción sacerdotal, no puede ser algo periférico a su acción pastoral sino que se encuentra radicada en su mismo núcleo. Dentro de esta acepción de salud no se descarta ni el dolor ni la enfermedad, sino que éstas se toman dentro de la acepción de la pasión y muerte de Cristo, como un bien que eficazmente produce la resurrección. Nos oponemos al dolor y a la enfermedad en tanto obstaculicen el cumplimiento de la misión que Dios le ha asignado a cada cual, y como el Buen Samaritano, nos esforzamos por todos nuestros medios en combatirlos. Aunque sabemos que la muerte es inevitable, pero no tomamos el fin de la vida como una luz que se extingue, sino como una lámpara que se apaga porque ha llegado la aurora del gran día.

b) Cabeza.

En algunos ambientes de la Pastoral de la Salud se quiere reducir la acción del sacerdote a la de un ministro de la Palabra que busca mediante su compañía y sus palabras o silencios adecuados ser el consuelo eficaz para los enfermos. Y cuando se encuentran elementos laicos más preparados, vgr. psicológicamente, para ello, fácilmente se descarta al sacerdote y no se ve cómo poder integrar su acción sacramental dentro de un contexto de modernidad que actúa con el enfermo de acuerdo a las nuevas técnicas de terapia psicológica individual o de grupo.
La acción del sacerdote como conformado con Cristo Cabeza no es la de proponer sugerencias meramente religiosas, incluso cristianas, que puedan consolar o ayudar psicológicamente al paciente en una determinada enfermedad, sino de actuar positivamente en pro de una salud que se restituye en realidad de acuerdo al plan divino vocacional, tal como lo hemos enunciado. Los sacramentos son las acciones eficaces que realizan este cometido. Y todos los recursos de las modernas ciencias terapéuticas, la medicina, los aspectos psicológicos y sociológicos, no se rehusan sino que se subordinan en una pastoral de la salud al aspecto sacramental, que es lo fuertemente curativo y es lo decisivo en una pastoral auténtica de la salud.
Se ha impugnado la sacramentalidad de otros tiempos diciendo que al capellán de hospital no le basta con andar con los óleos en la bolsa. Es cierto, se necesita toda una Evangelización desde el sacramento para que el sacramento no se vuelva un rito que no significa para el hombre actual, pero que en todo caso siempre tendrá una verdadera eficacia, según la doctrina sacramental de siempre. El sacerdote en la pastoral de la salud es clave, pues se configura con Cristo sanante, con Cristo resucitado, su efectividad la lleva a cabo realizando en el enfermo el misterio de esta su configuración. Ello significa la plena fe en la personalidad sacerdotal, y la plena fe en lo que el sacerdote realiza. Su trabajo en la pastoral de la salud no es un complemento piadoso a las obras de misericordia que otros pueden realizar al respecto, sino la fuente incluso de estas mismas obras de misericordia. El Buen Samaritano es Cristo Cabeza de la Iglesia, y así es como cura a través del sacerdote. Se ve así que es un error que otros, distintos del sacerdote ministerial, puedan suplirlo y ser en sentido estricto capellanes de los centros de salud.

c) Pastor.

El sacerdote como Cristo Pastor, debe conformarse con el hombre actual, y en concreto, en la Pastoral de la Salud, debe conformarse con el hombre en tensión de enfermedad y salud. Este aspecto complementa el anterior y le da toda su fuerza a la significatividad del Sacramento. El Sacramento debe ser significativo para este hombre concreto, entonces se debe adaptar en su administración a las circunstancias concretas por las que atraviesa determinado enfermo. De aquí la importancia de las ciencias de la comunicación, de la Psicología, y sobre todo, de la gran humanización de la Medicina que entraña la Pastoralidad. El Sacramento aparece como auténtica Buena Nueva de salvación para el hombre en el estado de salud y de enfermedad, y como tal debe proponérsele. De aquí la fuerza de todas las técnicas ideadas para llegar al enfermo y hacerle significativa la salud que Cristo ofrece, y también llegar al hombre en estado de salud para indicarle el sentido de dicha salud y su valor real. La Pastoralidad se coloca aquí desde la virtud de la Obediencia como un «Ob audire», como un escuchar y estar atento a la significación salvífica de la acción ministerial. Se exige esta obediencia de parte del destinatario de la acción pastoral y de parte del mismo sacerdote; es una obediencia que configura la caridad pastoral como una obediencia amorosa que atentamente escucha la Palabra salvadora real y eficaz que es la Pascua de Cristo y que de esta manera modela al pueblo de Dios a la imagen y semejanza de Cristo muerto y resucitado.

d) Siervo.

El ministerio sanante es el servicio sanante. Como bien sabemos, ministerio es servicio. El servicio debe ser el del Siervo de Yahvé sufriente (Is 53), que lleva en sí todos nuestros sufrimientos y carga sobre sus hombros la cruz de todos nuestros males. El sacerdote así da razón de ser del dolor. El dolor, como algo malo en sí, por el dolor del Siervo de Yahvé se convierte en fuente de vida y resurrección, y así en algo bueno. Junto con el sentido de la salud, el sacerdote da también el sentido del dolor, no como una mera explicación teorética, sino como una explicación práctica, haciendo lo que dice. Especialmente el Sacramento de la Unción de los enfermos, es un sacramento en el que el enfermo se cristifica para asumir su dolor y si el caso fuere, su muerte, conformado con Cristo, y encontrar en ellos la fuente de resurrección. Así el Sacramento de la Unción de los Enfermos desdobla el Sacramento de la Eucaristía y lo aplica en su virtualidad de una muerte preñada de resurrección. El Espíritu Santo hace que la conformación con la voluntad de Dios en la muerte, sea una entrega generosa y total del propio espíritu en manos del Padre, para recibir a continuación la resurrección. Se exige de parte del sacerdote la virtud de la humildad para reconocer que no hay ninguna solución humana al problema de la muerte. Que la única solución es la Resurrección de Cristo Dios y hombre. No son las palabras consoladoras del sacerdote las que van a dar la «resignación» ante lo inevitable, sino la misma realidad misteriosa y oscura de Cristo muerto y resucitado. El sacerdote misericordiosamente debe conformarse con el enfermo que sufre, pero no para llorar juntos, sino para ofrecerle en la fe la única solución posible. Como pastor, deberá adecuarse a los tiempos del enfermo y ver la mejor manera de hacerlo, pero no abstenerse de dar la solución con el pretexto de que ante la magnitud del dolor humano lo único que se puede hacer es acompañar en silencio y modestamente los sufrimientos indecibles. Sería falta de fe y cobardía ante el testimonio definitivo que hay que dar en el momento más difícil y crucial. No se trata de «consolar», dijéramos, y de encontrar sólo la manera psicológica mejor para hacerlo, sino de dar el contenido eficaz de nuestra fe en el momento que más se necesita. Este es el gran servicio que se espera del sacerdote y que lo da en la misma Eucaristía que significa el Viático al que acompaña y desdobla como susignificatividad específica, aplicada a este enfermo: el Sacramento de la Unción de los enfermos.

e) Esposo.

El ministerio sacerdotal se prueba en su autenticidad en el amor absoluto y total, en la entrega al mismo Cristo en el hombre en proceso de enfermedad y de salud. Las motivaciones para ejercer esta Pastoral no son distintas de las motivaciones del mismo sacerdocio ministerial, sino que son las mismas. Son la Caridad Pastoral comprendida ahora como el pleno y total amor. De aquí se comprende la castidad sacerdotal como la entrega hasta la muerte como una obligación total de amor, como el llamado «Amoris Officium». Que llega al límite, al filo de la vida en la misma muerte para llegar a la plenitud de la resurrección.
Por este amor tiene sentido y solidez la virtud de la Esperanza. Toda la pastoral de la Salud se funda como en algo imprescindible en la virtud de la Esperanza. Sólo con una esperanza inconmovible en la resurrección se adquiere la alegría del servicio y el amor de la espera al esposo que llega en el momento de la muerte con toda la alegría de la resurrección. La Iglesia toda se precipita aquí al Encuentro de su Esposo y vive en plenitud la Palabra revelada mediante la cual la Esposa le dice a su Esposo al final de los tiempos, de sus tiempos, «Ven, Señor Jesús!» (Apc 22,20).
Hemos tratado de hilvanar algunas ideas sobre el Misterio del Sacerdote ministerial, y desde este Misterio, siguiendo la perspectiva de la Exhortación apostólica «Pastores Dabo Vobis», llegar al ministerio sanante del sacerdote ordenado. Este ministerio misterioso es un ministerio que al llegar a lo concreto, a este sacerdote en especial, significa su misión individual, es cierto, pero que no se puede llevara cabo sino en una perspectiva más amplia, colectiva. La lleva a cabo el Obispo en su Iglesia particular, es verdad, pero no la lleva a cabo solo, sino con su Presbiterio, con quien ejerce su sacerdocio ministerial que fundamenta su Iglesia particular. La lleva a cabo este Presbítero concreto, pero no puede hacerlo sino en unión plena con su Obispo y con sus demás hermanos Presbíteros. El que el Presbítero sea religioso o diocesano no hace aquí ninguna diferencia: ambos pertenecen al Presbiterio del Obispo, según sus diversos carismas, para llevar a cabo su acción pastoral. La lleva a cabo el Papa, pero la lleva a cabo como fundamento visible de toda la Iglesia, esto es, como raíz y fundamento de la unidad católica. Esto es, colegialmente, con todos y cada uno de sus hermanos Obispos, como Cabeza de sus Iglesias particulares, y con todos y cada uno de los Presbíteros, unidos a su propio Obispo y a sus demás hermanos Presbíteros de la Iglesia particular. Y todos ellos, abiertos desde la perspectiva pontificia a la unidad de la catolicidad universal. Así, participando de la misma misión pontificia, la lleva a cabo también el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud.
Para llevar a cabo una misión es necesario comprenderla cada vez más profundamente. Ojalá estas cuantas ideas ofrezcan una oportunidad para avanzar un poco en la comprensión del misterioso ministerio eucarístico sacerdotal y eclesial de la Pastoral sanante de la Salud.