Benedicto XVI, Misa JME 2006

DISCURSO DEL SANTO  PADRE BENEDICTO XVI A LOS ENFERMOS Y AGENTES SANITARIOS
Basílica de San Pedro Sábado 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de  Lourdes

Queridos hermanos y hermanas: 
Con gran alegría he venido a vosotros, y os agradezco vuestra afectuosa acogida.  Os dirijo mi saludo de modo especial a vosotros, queridos enfermos, que estáis  reunidos aquí, en la basílica de San Pedro, y quisiera extenderlo a todos los  enfermos que nos están siguiendo mediante la radio y la televisión, y a los que  no tienen esta posibilidad, pero se encuentran unidos a nosotros con los  vínculos más profundos del espíritu, en la fe y en la oración. Saludo al  cardenal Camillo Ruini, que ha presidido la Eucaristía, y al cardenal Francesco  Marchisano, arcipreste de esta basílica vaticana. Saludo a los demás obispos y  sacerdotes presentes. Doy las gracias a la UNITALSI y a la Obra romana de  peregrinaciones, que han preparado y organizado este encuentro, con la  participación de numerosos voluntarios. Mi pensamiento se dirige también a la  otra parte del planeta, a Australia, donde, en la ciudad de Adelaida, tuvo lugar  hace algunas horas la celebración conclusiva de la Jornada mundial del enfermo,  presidida por mi enviado, el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del  Consejo pontificio para la pastoral de la salud.
Desde hace catorce años, el 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora  de Lourdes, se celebra también la Jornada mundial del enfermo. Todos sabemos  que, en la gruta de Massabielle, la Virgen manifestó la ternura de Dios hacia  los que sufren. Esta ternura, este amor solícito se hace sentir de modo  particularmente vivo en el mundo precisamente el día de Nuestra Señora de  Lourdes, actualizando en la liturgia, y especialmente en la Eucaristía, el  misterio de Cristo Redentor del hombre, cuya primicia es la Virgen Inmaculada.
Al aparecerse a Bernardita como la Inmaculada Concepción, María santísima vino  para recordar al mundo moderno la primacía de la gracia divina, más fuerte que  el pecado y la muerte, pues corría el riesgo de olvidarla. Y el lugar de su  aparición, la gruta de Massabielle, en Lourdes, se ha convertido en un punto de  atracción para todo el pueblo de Dios,  especialmente para todos los que se  sienten oprimidos y sufren en el cuerpo y en el espíritu. «Venid a mí todos los  que estáis cansados y fatigados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28), dijo  Jesús. En Lourdes sigue repitiendo esta invitación, con la mediación materna de  María, a todos los que acuden allí con confianza.
Queridos hermanos, este año, junto con mis colaboradores del Consejo pontificio  para la pastoral de la salud, hemos querido poner en el centro de la atención a  las personas afectadas por enfermedades mentales. «Salud mental y dignidad  humana» fue el tema del congreso que se celebró en Adelaida, profundizando al  mismo tiempo aspectos científicos, éticos y pastorales. Todos sabemos que Jesús  consideraba al hombre en su totalidad para curarlo completamente, en el cuerpo,  en la psique y en el espíritu. En efecto, la persona humana es una, y sus  diversas dimensiones pueden y deben distinguirse, pero no separarse. Así también  la Iglesia se propone siempre considerar a las personas como tales, y esta  concepción distingue a las instituciones sanitarias católicas, así como el  estilo de los agentes sanitarios que trabajan en ellas.
En este momento, pienso de modo particular en las familias que tienen un enfermo  mental y afrontan la carga y los diversos problemas que esto plantea. Nos  sentimos cercanos a todas estas situaciones, con la oración y con las  innumerables iniciativas que la comunidad eclesial realiza en todo el mundo,  especialmente donde no existe una legislación al respecto, donde las  instituciones públicas son insuficientes, y donde calamidades naturales o, por  desgracia, guerras y conflictos armados producen graves traumas psíquicos a las  personas. Son formas de pobreza que atraen la caridad de Cristo, buen  samaritano, y de la Iglesia, indisolublemente unida a  él al servicio de la  humanidad que sufre.
A todos los médicos, los enfermeros y demás agentes sanitarios, a todos los  voluntarios comprometidos en este campo quisiera entregarles hoy simbólicamente  la encíclica Deus caritas est, con el deseo de que el amor de Dios esté  siempre vivo en su corazón, para que anime su trabajo diario, sus proyectos, sus  iniciativas y sobre todo sus relaciones con las personas enfermas. Actuando en  nombre de la caridad y con el estilo de la caridad, vosotros, queridos amigos,  también contribuís eficazmente  a la evangelización, porque el anuncio del  Evangelio necesita signos coherentes que lo confirmen. Y estos signos hablan el  lenguaje del amor universal, un lenguaje comprensible a todos.
Dentro de poco, creando el clima espiritual de Lourdes, se apagarán las luces de  la basílica y encenderemos nuestras velas, símbolo de fe y de ardiente  invocación a Dios. El canto del Ave María de Lourdes nos invitará a ir  espiritualmente a la gruta de Massabielle, a los pies de la Virgen Inmaculada. A  ella, con profunda fe, queremos presentarle nuestra condición humana, nuestras  enfermedades, signo de la necesidad que todos tenemos, mientras estamos en  camino en esta peregrinación terrena, de que su Hijo Jesucristo nos salve.
Que María mantenga viva nuestra esperanza, para que, fieles a la enseñanza de  Cristo, renovemos el compromiso de aliviar a los hermanos en sus enfermedades.   Que  el Señor haga que nadie se  sienta  solo y abandonado en los momentos de  necesidad, sino que, al contrario, afronte, incluso la enfermedad, con dignidad  humana. Con estos sentimientos,  os  imparto  de corazón la bendición apostólica  a todos vosotros, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios.