DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL 2005

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres  señores y señoras:

Saludo a todos con afecto y agradezco en particular al señor cardenal Javier  Lozano Barragán las amables palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de  los presentes. Saludo de modo especial a los obispos y a los sacerdotes que  participan en esta Conferencia, así como a los relatores, que durante estos días  han dado una contribución ciertamente cualificada sobre los problemas  afrontados:  sus reflexiones y sugerencias serán objeto de atenta valoración por  parte de las instancias eclesiales competentes.

Situándome en la perspectiva pastoral propia del Consejo pontificio que ha  organizado esta Conferencia, me complace notar cómo hoy, sobre todo en el ámbito  de las nuevas aportaciones de la ciencia médica, se ofrece a la Iglesia una  posibilidad ulterior de realizar una valiosa obra de iluminación de las  conciencias, para que todo descubrimiento científico contribuya al bien integral  de la persona, en el respeto constante de su dignidad.

Al subrayar la importancia de esta tarea pastoral, quisiera decir ante todo una  palabra de aliento a quienes se encargan de promoverla. El mundo actual se  caracteriza por el proceso de secularización que, a través de complejas  circunstancias culturales y sociales, no sólo ha reivindicado una justa  autonomía de la ciencia y de la organización social, sino también, a menudo, ha  cancelado el vínculo de las realidades temporales con su Creador, llegando  incluso a descuidar la salvaguardia de la dignidad trascendente del hombre y el  respeto de su misma vida. Sin embargo, hoy la secularización, en la forma del  secularismo radical, ya no satisface a los espíritus más conscientes y atentos.  Esto quiere decir que se abren espacios posibles, y tal vez nuevos, para un  diálogo fecundo con la sociedad y no sólo con los fieles, especialmente sobre  temas importantes como los que atañen a la vida.

Esto es posible porque en las poblaciones de larga tradición cristiana siguen  presentes semillas de humanismo a las que no han afectado las disputas de la  filosofía nihilista; semillas que, en realidad, tienden a reforzarse cuanto más  graves son los desafíos. Por lo demás, el creyente sabe bien que el Evangelio  tiene una sintonía intrínseca con los valores inscritos en la naturaleza humana.  La imagen de Dios está tan profundamente grabada en el alma del hombre, que  difícilmente puede silenciarse del todo la voz de la conciencia. Con la parábola  del sembrador, Jesús nos recuerda en el Evangelio que existe siempre un terreno  fértil en el que la semilla echa raíces, germina y da fruto.
También los hombres  que no se reconocen ya como miembros de la Iglesia o que incluso han perdido la  luz de la fe siguen estando atentos a los valores humanos y a las contribuciones  positivas que el Evangelio puede aportar al bien personal y social.

Es fácil darse cuenta de esto, sobre todo reflexionando en lo que constituye el  objeto de vuestra Conferencia:  los hombres de nuestro tiempo, que se han vuelto  más sensibles a causa de los terribles acontecimientos que han ensombrecido el  siglo XX y el inicio del actual, pueden comprender bien que la dignidad del  hombre no se identifica con los genes de su ADN y no disminuye por la posible  presencia de diferencias físicas o de defectos congénitos.

El principio de «no discriminación» sobre la base de factores físicos o  genéticos ha penetrado profundamente en las conciencias y está formalmente  enunciado en las Cartas sobre los derechos humanos. Este principio tiene su  fundamento más verdadero en la dignidad ínsita en todo hombre por el hecho de  haber sido creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). Por otra  parte, el análisis sereno de los datos científicos lleva a reconocer la  presencia de esta dignidad en cada fase de la vida humana, comenzando desde el  primer momento de la fecundación. La Iglesia anuncia y propone estas verdades no  sólo con la autoridad del Evangelio, sino también con la fuerza que deriva de la  razón, y precisamente por esto siente el deber de apelar a todos los hombres de  buena voluntad, con la certeza de que la aceptación de estas verdades no puede  por menos de favorecer a las personas y a la sociedad. En efecto, es preciso  evitar los riesgos de una ciencia y de una tecnología que pretenden ser  completamente autónomas con respecto a las normas morales inscritas en la  naturaleza del ser humano.

No faltan en la Iglesia organismos profesionales y academias capaces de evaluar  las novedades en el ámbito científico, especialmente en el mundo de la  biomedicina; hay, además, organismos doctrinales dedicados específicamente a  definir los valores morales que hay que salvaguardar y a formular las normas que  requiere su tutela eficaz; por último, hay dicasterios pastorales, como el  Consejo pontificio para la pastoral de la salud, a los que corresponde elaborar  las metodologías oportunas para asegurar una presencia eficaz de la Iglesia en  el ámbito pastoral. Este tercer momento es valioso no sólo para una humanización  cada vez más adecuada de la medicina, sino también para asegurar una respuesta  oportuna a las expectativas, por parte de las personas, de una eficaz ayuda  espiritual.

Por consiguiente, es necesario dar nuevo impulso a la pastoral de la salud. Esto  implica una renovación y una profundización de la misma propuesta pastoral, que  tenga en cuenta el aumento del conjunto de conocimientos difundidos por los  medios de comunicación en la sociedad y del nivel de instrucción más elevado de  las personas a las que se dirige.

No se puede descuidar el hecho de que, cada vez con más frecuencia, no sólo los  legisladores, sino también los mismos ciudadanos están llamados a expresar su  pensamiento sobre problemas también científicamente cualificados y difíciles. Si  falta una instrucción adecuada, más aún, una formación adecuada de las  conciencias, en la orientación de la opinión pública fácilmente pueden  prevalecer falsos valores o informaciones inexactas.

Adecuar la formación de los pastores y de los educadores, a fin de capacitarlos  para asumir sus responsabilidades de modo coherente con su fe y al mismo tiempo  en un diálogo respetuoso y leal con los no creyentes, es la tarea imprescindible  de una pastoral actualizada de la salud. En particular, en el campo de las  aplicaciones de la genética, hoy las familias pueden carecer de las  informaciones adecuadas y tener dificultades para mantener la autonomía moral  necesaria para permanecer fieles a sus opciones de vida.

Por tanto, en este sector se requiere una formación profunda y clara de las  conciencias. Los actuales descubrimientos científicos afectan a la vida de las  familias, impulsándolas a opciones imprevistas y delicadas, que hay que afrontar  con responsabilidad. Así pues, la pastoral en el campo de la salud necesita  consejeros formados y competentes. Esto permite entrever cuán compleja y  exigente es hoy la gestión de este sector de actividades.

Ante estas mayores exigencias de la pastoral, la Iglesia, a la vez que sigue  confiando en la luz del Evangelio y en la fuerza de la gracia, exhorta a los  responsables a estudiar la metodología adecuada para prestar ayuda a las  personas, a las familias y a la sociedad, conjugando fidelidad y diálogo,  profundización teológica y capacidad de mediación. Para ello cuenta, en  particular, con el apoyo de cuantos como vosotros, reunidos aquí para participar  en esta Conferencia internacional, se interesan por los valores fundamentales en  los que se basa la convivencia humana. Aprovecho de buen grado esta  circunstancia para expresar a todos mi gratitud y mi aprecio por la contribución  en un sector tan importante para el futuro de la humanidad. Con estos  sentimientos, imploro del Señor copiosas luces sobre vuestro trabajo y, como  testimonio de estima y afecto, os imparto a todos una especial bendición.