MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2011

«Por sus llagas habéis sido curados» (1 P 2, 24)

 

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, en el aniversario de la memoria de  Nuestra Señora de Lourdes, que se celebra el 11 de febrero, la Iglesia propone  la Jornada mundial del enfermo. Esta circunstancia, como quiso el venerable Juan  Pablo II, se convierte en una ocasión propicia para reflexionar sobre el  misterio del sufrimiento y, sobre todo, para sensibilizar más a nuestras  comunidades y a la sociedad civil con respecto a los hermanos y las hermanas  enfermos. Si cada hombre es hermano nuestro, con mayor razón el débil, el que  sufre y el necesitado de cuidados deben estar en el centro de nuestra atención,  para que ninguno de ellos se sienta olvidado o marginado. De hecho, «la grandeza  de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el  sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para  la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de  contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y  sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana» (Spe  salvi, 38). Las iniciativas que se promuevan en cada diócesis con ocasión de  esta Jornada deben servir de estímulo para hacer cada vez más eficaz la  asistencia a los que sufren, también de cara a la celebración de modo solemne,  que tendrá lugar, en 2013, en el santuario mariano de Altötting, en Alemania.

1.  Llevo aún en el corazón el momento en que, en el transcurso de la  visita  pastoral a Turín, pude permanecer en reflexión y oración  ante la Sábana Santa,  ante ese rostro sufriente, que nos invita a meditar sobre Aquel que llevó sobre  sí la pasión del hombre de todo tiempo y de todo lugar, también nuestros  sufrimientos, nuestras dificultades y nuestros pecados. ¡Cuántos fieles, a lo  largo de la historia, han pasado ante ese lienzo sepulcral, que envolvió el  cuerpo de un hombre crucificado, que corresponde en todo a lo que los Evangelios  nos transmiten sobre la pasión y muerte de Jesús! Contemplarlo es una invitación  a reflexionar sobre lo que escribe san Pedro: «Por sus llagas habéis sido  curados» (1 P 2, 24). El Hijo de Dios sufrió, murió, pero resucitó, y  precisamente por esto esas llagas se convierten en el signo de nuestra  redención, del perdón y de la reconciliación con el Padre; sin embargo, también  se convierten en un banco de prueba para la fe de los discípulos y para nuestra  fe: cada vez que el Señor habla de su pasión y muerte, ellos no comprenden,  rechazan, se oponen. Para ellos, como para nosotros, el sufrimiento está siempre  lleno de misterio, es difícil de aceptar y de soportar. Los dos discípulos de  Emaús caminan tristes por los acontecimientos sucedidos aquellos días en  Jerusalén, y sólo cuando el Resucitado recorre el camino con ellos se abren a  una visión nueva (cf. Lc 24, 13-31). También al apóstol Tomás le cuesta  creer en el camino de la pasión redentora: «Si no veo la marca de los clavos en  sus manos; si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su  costado, no lo creeré» (Jn 20, 25). Pero frente a Cristo que muestra sus  llagas, su respuesta se transforma en una conmovedora profesión de fe: «¡Señor  mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Lo que antes era un obstáculo insuperable,  porque era signo del aparente fracaso de Jesús, se convierte, en el encuentro  con el Resucitado, en la prueba de un amor victorioso: «Sólo un Dios que nos ama  hasta tomar sobre sí nuestras heridas y nuestro dolor, sobre todo el inocente,  es digno de fe» (Mensaje Urbi et orbi, Pascua de 2007).

2. Queridos  enfermos y personas que sufren, es precisamente a través de las llagas de Cristo  como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a  la humanidad. Al resucitar, el Señor no eliminó el sufrimiento ni el mal del  mundo, sino que los venció de raíz. A la prepotencia del mal opuso la  omnipotencia de su Amor. Así nos indicó que el camino de la paz y de la alegría  es el Amor: «Como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). Cristo, vencedor de la muerte, está vivo en medio de nosotros. Y  mientras, con santo Tomás, decimos también nosotros: «¡Señor mío y Dios mío!»,  sigamos a nuestro Maestro en la disponibilidad a dar la vida por nuestros  hermanos (cf. 1 Jn 3, 16), siendo así mensajeros de una alegría que no  teme el dolor, la alegría de la Resurrección.

San Bernardo afirma: «Dios no puede padecer, pero puede compadecer». Dios, la  Verdad y el Amor en persona, quiso sufrir por nosotros y con nosotros; se hizo  hombre para poder com-padecer con el hombre, de modo real, en carne y  sangre. Por eso, en cada sufrimiento humano ha entrado Uno que comparte el  sufrimiento y la paciencia; en cada sufrimiento se difunde la con-solatio, la consolación del amor partícipe de Dios para hacer que brille la estrella  de la esperanza (cf. Spe  salvi, 39).

A vosotros, queridos hermanos y hermanas os repito este mensaje, para que  seáis testigos de él a través de vuestro sufrimiento, vuestra vida y vuestra fe.

3. Con vistas a la cita de Madrid, el próximo mes de agosto de 2011, para la  Jornada mundial de la juventud, quiero dirigir también un pensamiento en  particular a los jóvenes, especialmente a aquellos que viven la experiencia de  la enfermedad. A menudo la pasión, la cruz de Jesús dan miedo, porque parecen  ser la negación de la vida. En realidad, es exactamente al contrario. La cruz es  el «sí» de Dios al hombre, la expresión más alta y más intensa de su amor y la  fuente de la que brota la vida eterna. Del corazón traspasado de Jesús brotó  esta vida divina. Sólo él es capaz de liberar al mundo del mal y de hacer crecer  su reino de justicia, de paz y de amor, al que todos aspiramos (cf. Mensaje  para la Jornada mundial de la juventud de 2011, n. 3). Queridos jóvenes,  aprended a «ver» y a «encontrar» a Jesús en la Eucaristía, donde está presente  de modo real por nosotros, hasta el punto de hacerse alimento para el camino,  pero también sabedlo reconocer y servir en los pobres, en los enfermos, en los  hermanos que sufren y atraviesan dificultades, los cuales necesitan vuestra  ayuda (cf. ib., 4).

A todos vosotros, jóvenes, enfermos y sanos, os repito la invitación a crear  puentes de amor y de solidaridad, para que nadie se sienta solo, sino cerca de  Dios y parte de la gran familia de sus hijos (cf. Audiencia general, 15  de noviembre de 2006).

4. Contemplando las llagas de Jesús, nuestra mirada se dirige a su Corazón  sacratísimo, en el que se manifiesta en sumo grado el amor de Dios. El Sagrado  Corazón es Cristo crucificado, con el costado abierto por la lanza del que  brotan sangre y agua (cf. Jn 19, 34), «símbolo de los sacramentos de la  Iglesia, para que todos los hombres, atraídos al Corazón del Salvador, beban con  alegría de la fuente perenne de la salvación» (Misal Romano, Prefacio de la  solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús). Especialmente vosotros, queridos  enfermos, sentid la cercanía de este Corazón lleno de amor y bebed con fe y  alegría de esta fuente, rezando: «Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de  Cristo, confórtame. Oh buen Jesús, escúchame. En tus llagas, escóndeme» (Oración  de san Ignacio de Loyola).

5. Al final de este Mensaje para la próxima  Jornada mundial del enfermo, deseo expresar mi afecto a todos y a cada uno,  sintiéndome partícipe de los sufrimientos y de las esperanzas que vivís  diariamente en unión con Cristo crucificado y resucitado, para que os dé la paz  y la curación del corazón. Que junto con él vele a vuestro lado la Virgen María,  a la que invocamos con confianza Salud de los enfermos y Consoladora  de los afligidos. Al pie de la cruz se realiza para ella la profecía de  Simeón: su corazón de Madre es traspasado (cf. Lc 2, 35). Desde el abismo  de su dolor, participación en el del Hijo, María fue capaz de acoger la nueva  misión: ser la Madre de Cristo en sus miembros. En la hora de la cruz, Jesús le  presenta a cada uno de sus discípulos diciéndole: «He ahí a tu Hijo» (cf. Jn 19, 26-27). La compasión maternal hacia el Hijo se convierte en compasión  maternal hacia cada uno de nosotros en nuestros sufrimientos diarios (cf. Homilía en Lourdes, 15 de septiembre de 2008).

Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada mundial del enfermo, invito  también a las autoridades para que inviertan cada vez más energías en  estructuras sanitarias que sirvan de ayuda y apoyo a los que sufren, sobre todo  a los más pobres y necesitados, y dirigiendo mi pensamiento a todas las  diócesis, envío un afectuoso saludo a los obispos, a los sacerdotes, a las  personas consagradas, a los seminaristas, a los agentes sanitarios, a los  voluntarios y a todos aquellos que se dedican con amor a curar y aliviar las  llagas de todos los hermanos o hermanas enfermos, en los hospitales o  residencias, en las familias: sabed ver siempre en el rostro de los enfermos el  Rostro de los rostros: el de Cristo.

Aseguro a todos mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una  especial bendición apostólica.

Vaticano, 21 de noviembre de 2010, fiesta de Cristo Rey del universo.

 

BENEDICTUS PP. XVI