ENCUENTRO DEL SANTO PADRE CON LOS ENFERMOS, NAPOLES 21 DE MARZO 2015

2015«No es fácil acercarse a un enfermo. Las cosas más hermosas de la vida y las cosas más miserables son púdicas, se esconden. El amor más grande, uno trata de ocultarlo por pudor; y las cosas que muestran nuestra miseria humana, también tratamos de ocultarlas, por pudor. Por eso, para encontrar a un enfermo hay que ir donde él, porque el pudor de la vida lo esconde. Ir a visitar a los enfermos. Y cuando hay enfermedades de por vida, cuando estamos ante enfermedades que marcan toda una vida, preferimos ocultarlas, porque ir a buscar al enfermo es ir a encontrar la propia enfermedad, la que tenemos dentro. Es tener el valor de decirse a uno mismo: yo también tengo alguna enfermedad en el corazón, en el alma, en el espíritu, yo también soy un enfermo espiritual.

Dios nos creó para cambiar el mundo, para ser eficientes, para dominar la Creación: es nuestra tarea. Pero cuando nos enfrentamos a una enfermedad, vemos que esta enfermedad impide esto: ese hombre, esa mujer nacido o nacida de esa manera, o que su cuerpo se ha vuelto así, es decir ‘no’ –parece– a la misión de transformar el mundo. Este es el misterio de la enfermedad. Solo podemos acercarnos a una enfermedad en espíritu de fe. Podemos acercarnos bien a un hombre, a una mujer, a un niño, a una niña, enfermos, solo si miramos a Auél que ha cargado sobre sus espaldas todas nuestras enfermedades, si nos acostumbramos a mirar a Cristo crucificado. Ahí está la única explicación de este «fracaso», de este fracaso humano, la enfermedad de por vida. La única explicación está en Cristo Crucificado.

A vosotros, enfermos, os digo que si no podéis entender al Señor, le pido al Señor que os haga entender en el corazón que sois la carne de Cristo, que sois Cristo Crucificado entre nosotros, que sois los hermanos muy cercanos a Cristo. Una cosa es mirar un crucifijo y otra cosa es mirar a un hombre, a una mujer, a un niño enfermos, es decir, crucificados en su enfermedad: son la carne viva de Cristo.

A vosotros, voluntarios, ¡muchas gracias! Muchas gracias por emplear vuestro tiempo acariciando la carne de Cristo, sirviendo a Cristo Crucificado, vivo. ¡Gracias! Y también a vosotros, médicos, enfermeros, os digo gracias. Gracias por hacer este trabajo, gracias por no convertir vuestra profesión en un negocio. Gracias a muchos de vosotros que seguís el ejemplo del Santo que está aquí, que ha trabajado aquí en Nápoles: servir sin enriquecerse por el servicio. Cuando la medicina se convierte en comercio, en negocio, es como el sacerdocio cuando actúa de la misma manera: pierde la esencia de su vocación.

A todos vosotros, cristianos de esta diócesis de Nápoles, os pido que no olvidésis lo que Jesús nos ha pedido y que también está escrito en el «protocolo» con el que seremos juzgados: Estaba enfermo y me visitaste (cfr. Mt 25, 36). Sobre esto seremos juzgados. El mundo de la enfermedad es un mundo de dolor. Los enfermos sufren, reflejan a Cristo sufriente: no debemos tener miedo de acercarnos a Cristo que sufre. Muchas gracias por todo lo que hacéis. Y rezamos para que todos los cristianos de la diócesis tengan más consciencia de esto y oramos para que el Señor os dé, a vosotros y a muchos voluntarios, perseverancia en este servicio de acariciar la carne sufriente de Cristo. Gracias»