Introducción
Ante las respuestas referentes al número de los sacramentos, no estamos fuera de lugar si afirmamos que para muchos fieles dicho número cambia según las propias informaciones y convicciones; si preguntamos además qué significado tiene la unción de los enfermos y el Viático, nos daremos cuenta que a menudo muchos no saben dar una respuesta o sus ideas están confundidas, incluso erradas, en lo que se refiere al significado y a la importancia de estosmedios de gracia.
El sacramento de la unción de los enfermos
Un testimonio fundamental de como lo enseñaron los Padres desde los inicios de la Iglesia, lo encontramos en la carta de Santiago (5, 14-16); y sobre todo tiene un profundo significado la historia de la caridad practicada a favor de los enfermos, aunque debemos notar un modo diferente de celebración a lo largo de los siglos. De hecho, la Iglesia celebraba este sacramento bajo dos formas, ya sea para los enfermos que para los moribundos: en este segundo caso podemos afirmar que se trató de una concepción no totalmente correcta de las varias rúbricas; de aquí la tradición que se desarrolló sobre todo entre el Concilio de Trento y el Vaticano II de dar el sacramento sólo a quien estaba por morir, creando así la mentalidad que cuando llegaba el sacerdote… ya no había nada que hacer.
El Concilio de Trento aclaró los puntos importantes de la doctrina referente a este scramento, sin embargo el Ritual de PabloV, promulgado en el 1614, no fue valorado a pesar de su riqueza teológico-pastoral y caritativa hacia los enfermos y los moribundos para quienes establecía ritos diversificados, es decir: la visita al enfermo, el sacramento de la unción y la encomendación a los moribundos, así como el viático y la oración por el enfermo apenas fallecido.
Si leemos con atención todo el patrimonio litúrgico de las oraciones presentes en los antiguos sacramentarios, nos damos cuenta que en dichas oraciones se invoca el restablecimiento físico de los enfermos y, por tanto la salud, expresando también gozo y agradecimiento a Dios por la curación obtenida gracias a su bondad y a la plenitud de su misericordia.
El movimiento litúrgico que surgió en los primeros años del Novecientos, hizo descubrir la importancia y la distinción del sacramento de la unción con respecto al Viático; serán pues los debates de los Obispos en el Concilio Vaticano II que promoverán una reforma litúrgica adecuada a fin de que los fieles capten mejor el significado de los sacramentos. ¿Será fundamental el problema del nombre: “extrema unción” (para el final de la vida) o “unción de los enfermos” (indicando el caso de la enfermedad)? Al pronunciarse sobre este argumento, varios Padres tuvieron que defender con fuerza sus posiciones, recordando motivos de orden dogmático o pastoral, haciendo referencia a la teología escolástica o a la experiencia junto a los enfermos, recordando el derecho canónico o las fuentes litúrgicas. En la constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium (=SC) encontramos tres párrafos que tratan sobre varios temas como, por ejemplo, el nombre del sacramento que indica preferencia por “unción de los enfermos”, porque manifiesta mejor la peculiaridad. Como sujetos del sacramento se indica a los que están gravemente enfermos y por tanto no sólo a los moribundos (SC 73). En cuanto al orden de los sacramentos, se recupera aquel tradicional de Penitencia-Unción-Viático (SC 74), que en cierto sentido reproduce el de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo- Confirmación-Eucaristía, como lo recordará más adelante el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 1212). Se propone además que se revise el rito de la celebración, ya sea en lo referente al número de las unciones como a los textos de las oraciones, de modo que se exprese mejor su significado (SC 75).
En la Lumen Gentium, en cambio, se pone de relieve la dimensión eclesiológica, así como la cristológica y antropológica; mientras que en la Orientalium Ecclesiarum, se acepta también la intercomunión sacramental para la unción. Asimismo, es preciso poner en evidencia que en los documentos conciliares promulgados después de la Sacrosanctum Concilium, se indicará siempre el sacramento como ‘unción de los enfermos’ y lo mismo hará el nuevo ritual de 1972 cuyo título será Ordo unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae, (es decir El Sacramento de la unción de los enfermos y su solicitud pastoral) indicado por la sigla OUI. Mientras la edición típica del Ritual latino es pues de 1972, las diferentes traducciones en lengua corriente se remontan a los años inmediatamente posteriores.
Detengámonos entonces sobre este ritual y, sobre todo, en lo referente a las premisas teológicas, litúrgicas y pastorales, ya que los Praenotanda se colocan en continuidad con la tradición y, al mismo tiempo, presentan posteriores novedades teológico-pastorales con respecto a la Sacrosanctum Concilium.
La Constitución apostólica Sacram unctionem infirmorum de Pablo VI – colocada antes del Ritual – concede su aprobación a los cambios introducidos en el rito, particularmente a las palabras de la nueva fórmula sacramental, así como al número de las unciones y al empleo de otro óleo, siempre que sea de origen vegetal. En fin, la Constitución apostólica proporciona novedades en el ámbito de la disciplina de la reiteración, es decir: se podrá administrar el sacramento de la unción a un enfermo que ya lo haya recibido, no sólo si se enferma nuevamente, como ya lo contempla el Código de Derecho Canónico, sino incluso en el curso de la misma enfermedad ante el peligro en que se encuentra, al empeorar sus condiciones.
En lo que se refiere a la Unción de los Enfermos, ésta es presentada como momento de la actividad terapéutica de Cristo y constituye el signo principal de su solicitud, en efecto “instituido por El y proclamado en la carta de Santiago, fue celebrado luego por la Iglesia a favor de sus miembros con la unción y la oración de los presbíteros, encomendando a los enfermos al Señor doliente para que los alivie y los salve (cfr. St 5, 14-16) exhortándolos también para que asociándose libremente a la pasión y muerte de Cristo (cfr. Rm 8, 17) colaboren al bien del pueblo de Dios” (OUI, n. 5); de hecho, es necesario tener en cuenta que el “hombre, al enfermar gravemente, necesita de una especial gracia de Dios, para que, dominado por la angustia, no desfallezca, y sometido a la prueba, no se delibite su fe. Por eso Cristo robustece a sus fieles enfermos con el sacramento de la Unción, fortaleciéndolos con una firmísima protección” (OUI, n. 5).
Si tenemos en cuenta la estructura de la celebración del sacramento, vemos que “consiste primordialmente en lo siguiente: previa la imposición de manos por los presbíteros de la Iglesia, se proclama la oración de la fe y se unge a los enfermos con el óleo santificado por la bendición de Dios (cf. OUI, n. 5)”.
Se afirma que por la gracia todo hombre recibe ayuda para lograr su salvación, se siente reforzado por la confianza en Dios y logra nuevas fuerzas contra las tentaciones del maligno y contra el ansia que provoca la muerte (cf. OUI n. 6). Se subraya también la importancia de la oración hecha con fe tanto por la Iglesia (mediante el ministro), que sobre todo por el enfermo que recibe el sacramento (cf. OUI, n. 7).
Los sujetos del sacramento que necesitan alivio y salvación son “los fieles que, por enfermedad o avanzada edad, vean en grave peligro su vida” (OUI n. 8); se especifica, sin embargo, que “para juzgar la gravedad de la nefermedad, basta un dictamen prudente y probable de la misma, sin ninguna clase de angustia” (OUI, n. 8). Además de la posibilidad de repetir el sacramento, se recuerda que se puede conferir en caso de intervención “con tal que una enfermedad grave sea la causa de la intervención quirúrgica” (OUI, n. 10).
Además, “puede darse la santa Unción a los ancianos, cuyas fuerzas se debilitan seriamente, aun cuando no padezcan una enfermedad grave” (OUI, n. 11); mientras que a los niños se les puede dar la unción “a condición de que comprendan el significado de este sacramento” (OUI, n. 12).
Como lo recordaron muchas veces los Padres conciliares, también el Ritual se refiere a la catequesis cuando afirma que “tanto en la catequesis comunitaria como en la familiar los fieles deben ser instruidos de modo que sean ellos mismos los que soliciten la Unción y, llegado el tiempo oportuno de recibirla, puedan aceptarla con plena fe y devoción de espíritu, de modo que no cedan al riesgo de retrasar indebidamente el sacramento. Explíquese la naturaleza de este sacramento a todos cuantos asisten a los enfermos” (OUI, n. 13).
Se pone de relieve que el ministro del sacramento es el sacerdote (cf. OUI, 16), mientras que la unción se hace pasando el óleo en la frente y en las manos del enfermo, pero nada prohibe que – habida cuenta de las tradiciones – se aumente el número de las unciones o se cambie el lugar. Sin embargo, en caso de necesidad se puede realizar una unción única, con la fórmula integral: Por esta Santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo para que, libre de tus pecados, te conceda salvación y te conforte en tu enfermedad. R/Amén (OUI, n. 25).
Si verificamos como se ha hecho cada vez más concreta la aplicación de las normas establecidas por el Ritual (sancionadas luego por las normas del Código de Derecho Canónico de 1983) podemos valorar algunos documentos emitidos por las conferencias episcopales, por los sínodos diocesanos o por los obispos en forma individual, especialmente en lo que se refiere a Europa.
De inmediato podemos notar, por ejemplo, que el Ritual francés Sacramentos para los enfermos. Pastoral y celebración de 1977 se presenta incluso exteriormente con una formulación diferente en lo que se refiere a la editio typica. Se divide en dos partes que corresponden a los siguientes criterios: 1) asistencia pastoral a los enfermos (visita, eucaristía, unción de los enfermos); asistencia a los moribundos (viático, rito continuado, confirmación, encomendación a losmoribundos). El Ritual propone también cuatro esquemas de celebración, que tengan en cuenta las condiciones físicas y espirituales tanto del enfermo como de las personas que lo asisten.
En cambio, en lo que se refiere al ritual emanado por la Conferencia episcopal española, es necesario poner de relieve las premisas que los obispos hacen suyas y que recuerdan que la pastoral de los enfermos tiene su momento más importante en la celebración de los sacramentos, por esta razón afirman que “conviene subrayar que una buena celebración en la que 70 LOS CUIDADOS PALIATIVOS participen activamente el presbítero, el enfermo, la familia y la comunidad cristiana, será siempre la mejor catequesis para el pueblo de Dios y superará en eficacia toda otra actividad en este campo”.
Sobre la unción de los enfermos afirman que “la Unción de los enfermos es el sacramento específico de la enfermedad y no de la muerte. De acuerdo con la doctrina del Concilio Vaticano II, el Rito de la Unción está concebido y dispuesto para tal situación, como lo demuestra el cambio de la fórmula sacramental y el resto de las oraciones, orientadas, conforme a la más genuina Tradición, hacia la salud y restablecimiento del enfermo. La neta distinción establecida con el Viático, como sacramento del tránsito de esta vida, ayuda a situar la santa Unción en su justo momento”.
La unción – continúa – “es sacramento de enfermos y sacramento de Vida, expresión ritual de la acción liberadora de Cristo que invita y al mismo tiempo ayuda al enfermo a participar en ella. La catequesis en todos los niveles ha de insistir en esto. Pero será poco eficaz o inútil la catequesis, si la práctica sacramenlal viniese a desmentirla dejando su celebración para última hora. Es muy aconsejable, al menos alguna vez durante el año, y siempre que sea posible, la celebración comunitaria y colectiva, si hay varios enfermos capaces de trasladarse a un mismo lugar. Tales celebraciones, bien organizadas, valdrían por muchos sermones para el cambio de mentalidad que se desea”.
Como sacramento de vida, la unción de los enfermos debe ayudar a vivir la enfermedad con sentido de fe y esto es muy diferente que ayudar a bien morir, el enfermo debe ver en la unción no la garantía de un milagro, sino la fuente de una esperanza.
Como sacramento del restablecimiento, la pastoral debe preparar al enfermo a su reinserción en la vida ordinaria para que retorne a su actividad normal después de haber vivido un encuentro peculiar con Cristo. Una pastoral para “después del sacramento” le hará descubrir la urgencia de vivir más evangélicamente su relación con Dios y los hermanos, mientras estará vinculado de manera más profunda a aquella comunidad cristiana a la que proporcionará un testimoniomás de la propia fe, después de haber recibido de ella el don de la consolación durante la enfermedad.
Se recuerda además que “son muy aconsejables las celebraciones en las que, a ser posible, bajo la dirección del Obispo, enfermos provenientes de distintos centros hospitalarios o de diversas parroquias se congreguen en un determinado lugar, para recibir el sacramento de la Unción. Si ha precedido una buena catequesis, este tipo de celebración puede ayudar en gran manera a descubrir la plena significación del sacramento, a situar su recepción en su debido momento y a subrayar el papel que corresponde a todos y cada uno de los miembros de la comunidad cristiana en la pastoral de la enfermedad”.
En 1975, el episcopado austriaco emanó el documento sobre la pastoral de los enfermos y el sacramento de la unción recordando ante todo el ejemplo de Jesús y, por consiguiente, la obra de la Iglesia que siempre se ha ocupado de los hermanos enfermos, antes bien – se afirma – que “el fin al que tiende la renovación de la pastoral para los enfermos es ofrecer una ayuda válida a fin de que el enfermo acepte su estado de enfermedad que a menudo involucra su alma y su religiosidad. Este sacramento está constituido sobre todo por la unción, que en el nuevo rito ha perdido la función de sacramento de la muerte”.
Una vez más se pone en evidencia que el sacramento es para los vivos y no para los muertos: “La unción de los enfermos, por tanto, se puede administrar sólo a los vivos. No existe un sacramento para los muertos, por lo que un muerto no puede recibir el sacramento de la unción… El sacramento se puede administrar, por tanto, a las personas que han perdido conciencia sólo si se presupone que el enfermo, si hubiese estado en plena conciencia, habría deseado recibirlo. Por tanto, para evitar cualquier equivocación, en estos casos el sacerdote se dirija a los parientes para una aclaración”.
De esto deriva que “el sacramento de la unción de los enfermos se puede recibir en todo caso de enfermedad grave, cuando está en peligro la existencia. Como se ha dicho muchas veces, es necesario abandonar una vez para siempre la praxis acostumbrada de atender los signos de muerte inminente, antes de impartir este sacramento”.
La atención normal a los enfermos requerirá no sólo la administración de un sacramento sino ayudar al enfermo, visitarlo, hacer que se sienta sereno y feliz; asimismo, “se haga todo lo posible para que, con la entrada en vigor del nuevo rito, la unción se convierta en una fiesta de la esperanza y no, como ha sido hasta ahora, una aterradora ‘extrema unción’. Para los enfermos ella se debe convertir en un sacramento bien aceptado y en las comunidades, en los hospitales y hospice, se vuelva un hecho de normal administración. En lo posible hay que tratar de que no semargine al enfermo alejándolo de la vida normal”.
Para Italia, nos remontamos a 1990 cuando un documento del sínodo de Brescia publica el Vademecum para la celebración de los sacramentos donde, entre otros, se establece que después de una oportuna catequesis es bueno proponer una o más celebraciones comunitarias del sacramento de la unción en el curso del año litúrgico, dando precedencia al tiempo de Adviento (para que se capte el aspecto de la vigilancia y de la espera del Señor Jesús como una actitud del creyente) y de Pascua (cuando mayormente se pone en evidencia la verdad de la resurrección a la luz de la Cruz). En junio de 1997, el Arzobispo de Bruselas, el cardenal Danneels, después de haber abordado el tema en otros escritos pastorales, retorna a hablar de modo específico sobre la unción de los enfermos. Indica como sacramentos de sanación la Reconciliación, la Unción de los enfermos y la Eucaristía que son como un concentrado de la solicitud que la Iglesia tiene por la higiene de su pueblo. Estos sacramentos constituyen el ministerio de la salud de la Iglesia: salud moral, salud física y psicológica, pero también salud espiritual. Afirma que existe hoy una separación entre tecnología médica y retorno de los curanderos, en efecto, “por una parte la tecnología médica reduce la enfermedad a sus aspectos cuantificables (temperatura, número de glóbulos…) y a las definiciones enciclopédicas, mientras que la terapia de los ‘curanderos’ reduce la enfermedad a sus aspectos míticos y mágicos (influencia de los espíritus, sortilegios…). Pero él especifica que la unción de los enfermos no es ni una técnica de curación ni una magia: es un sacramento. La enfermedad como fenómeno humano, afecta a la persona en su totalidad y va más allá de los aspectos cuantitativos. A una enfermedad global, debe corresponder una curación global que comprenda tanto el cuerpo que la psique, así como también las relaciones sociales y la dimensión espiritual.
También los obispos ingleses Wheeler y Moverly subrayan la dificultad de explicar la existencia del dolor, pero recuerdan el aspecto comunitario de la unción de los enfermos: “La solicitud de la Iglesia se debe manifestar no sólo en el ministerio del sacerdote que administra la unción, sino también en la asistencia orante de todos los presentes y de los que pueden llevar ayuda espiritual y consolación a los enfermos”. Y concluyen con un llamado: “Cada acto de íntima caridad hacia ellos es una participación en la obra sanante de Cristo”.
También Mons. Grasar y Mons. Brewer, al exponer el punto de vista sobre la unción de los enfermos, recuerdan que en el nuevo ritual existe una bellísima revisión que consuela y estimula; en efecto: “Las celebraciones comunitarias, en las que se lleva a los enfermos a la iglesia para ungirlos en presencia de los fieles, nos ayudan a entender también que el sacramento de los enfermos no es un asunto privado. Interesa a toda la comunidad que les “encomienda al Señor doliente y glorificado, para que alivie sus sufrimientos y los salve”.
Este vínculo con la comunidad hace que “mediante el sacerdote que unge, toda la comunidad eclesial se reuna con su oración y su amorosa solicitud” pero, al mismo tiempo, “mediante la imposición de las manos y la unción con el óleo, se da la facultad a los enfermos de que sirvan al Señor de modo diferente y la Iglesia se dirige a ellos para que tengan asistencia y apoyo espiritual”.
Para concluir, podemos descubrir que este sacramento puede y debe tener una colocación propia dentro de la asistencia global en caso de los cuidados paliativos, visto que – incluso en esa ocasión – es importante la presencia sacramental de Cristo y de la Iglesia para consolar y aliviar a todo paciente que desee vivir su experiencia a la luz de la fe.
El Viático
Tomando en consideración el panorama histórico del Viático podemos notar que es antigua la praxis de proporcionar a los moribundos la Eucaristía como alimento para el viaje a la eternidad. La Eucaristía, por tanto, nos asocia plenamente al éxodo pascual del Señor y actúa toda su eficacia como «medicina de inmortalidad» (IGNATIUS, Ad Smirn. 3).
El primer testimonio que nos hace ver el Viático a los moribundos en tiempos de San Dionisio deAlejandría (+ 264 ap.) se refiere a un anciano, Serapión, que se vuelve lapsus en la persecución y al ser afectado por una grave enfermedad ordena a su nieto que pida al sacerdote que lo reconcilie. Este, al no poder ir porque era de noche y también se encontraba enfermo, quiso cumplir igualmente las disposiciones del obispo sobre la reconciliación a los moribundos y envió al enfermo un pedacito de la Eucaristía por medio del niño con la recomendación de humedecerlo antes de colocarlo en la boca del moribundo. El niño cumplió con la orden y el anciano expiró luego de haber deglutido la Eucaristía.
Los testimonios sobre la comunión a los que por cualquier razón están por morir encuentra confirmación en el can. 13 del Concilio ecuménico de Nicea (año 325), según el cual a los penitentes que en proximidad de la muerte piden la reconciliación se les debe conceder el “último y necesarioViático”. Esto no por una innovación sino por una “ley antigua y regular”. En la disposición de comulgar en proximidad de la muerte estaban incluidos también los niños.
Sabemos que a partir del siglo IV se acostumbra poner en boca de los moribundos la Eucaristía en el momento supremo, como resulta de la narración de la muerte de san Ambrosio (+ 396), cuyo biógrafo Paulino narra que después de haber recibido el Cuerpo del Señor, habiéndolo “deglutido expiró llevando consigo un excelente viático”. En el siglo VI los Statuta Ecclesiae antiquae prevén que cuando un penitente está por morir, un sacerdote “lo reconcilie… y le ponga la Eucaristía en la boca”.
Con el objetivo descrito, se hacía que el moribundo comulgase incluso varias veces durante el día. Numerosos testimonios hablan de la última comunión bajo las dos especies. El Viático sub utraque era facilitado en los monasterios por la costumbre existente de llevar el moribundo al templo para que comulgue durante la Misa celebrada de modo especial en su presencia. Esto se narra sobre san Benito (+542) quien, acercándose a la muerte, hizo que lo llevaran al oratorio del monasterio y “allí fortaleció su partida recibiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor» (GREGORIUS, Dialog. II 37). En otros casos, al no poder recurrir a esta costumbre, se suplía celebrando la Misa junto al lecho del enfermo con el formulario «Missa pro infirmo in domo».
Apartir del siglo VI-VII, a veces la Comunión bajo las dos especies se hace bajo la forma de intención: esta costumbre se mantiene para los enfermos incluso hasta los siglos XIV y XV cuando ya había cesado para los sanos.
El ministro del Viático hasta el siglo V y algo más podía ser un laico, en el contexto de la práctica de la conservación de la Eucaristía y de la Comunión a domicilio de los fieles. A partir del siglo VIII el ministerio del Viático se vuelve una prerrogativa del sacerdote o, en su ausencia, del diácono, aunque parece que los laicos continuaron haciéndolo como resulta de las prescripciones, prohibiciones y condenas desde el siglo VIII al siglo X.
Apartir del siglo IX los ceremoniales romanos de la muerte mencionan el Viático in extremis: el rito se encuentra conexo con el de la Unción de los enfermos y, lentamente, pierde el proprio carácter de sacramento preparatorio a la muerte.
En la actualidad aún no se conocen estudios específicos que hayan investigado sobre el Viático en las propuestas preconciliares y en los debates en el aula durante el Vaticano II; algunos Padres consideraron sobre todo la posibilidad de una renovación del rito, lo que más adelante se realizará en el Ordo Unctionis infirmorum… (1972). En la editio typica vaticana, bajo ciertos aspectos rituales el viático es tratado después del sacramento de la unción, pero también se recuerda en las premisas los números 26-29 y 30 (para el rito continuado: penitencia- unción-viático).
Ante todo se recuerda que “en el tránsito de esta vida, el fiel, robustecido con el Viático del Cuerpo y Sangre de Cristo, se ve protegido por la garantía de la resurrección, según las palabras del Señor: ‘El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’ (Jn 6, 54)” (OUI, 26). Se sugiere que el Viático se reciba en lo posible durante la Misa, con la comunión bajo las dos especies, ya que “la comunión en forma de viático ha de considerarse como signo peculiar de la participación en elmisterio que se celebra en el sacrificio de la misa, a saber la muerte del Señor y su tránsito al Padre” (OUI, 26).
Se deduce que, precisamente debido a esa importancia de la Eucaristía se establece que “están obligados a recibir el Viático todos los bautizados que pueden comulgar. En efecto: los fieles que se hallan en peligro de muerte, sea por la causa que fuere, están sometidos al precepto de la comunión; los pastores vigilarán para que no se difiera la administración de este sacramento y así puedan los fieles robustecerse con su fuerza en plena lucidez” (OUI, 27). Pero, además del significado pascual de este sacramento, se subraya su dimensión de relación con el bautismo, en efecto, “conviene además, que el fiel durante la celebración del Viático renueve la fe de su Bautismo; con el que recibió su condición de hijo de Dios y se hizo coheredero de la promesa de la vida eterna” (OUI, 28).
Se indican a losministros ordinarios en los casos normales o de necesidad, con las exclusivas competencias en lo que concierne el rito.
Con respecto al rito continuado, para conferir a un enfermo los sacramentos de la penitencia, de la Unción y de la Eucaristía bajo forma de Viático se entiende que se ha predispuesto cuando “o frente a una enfermedad repentina o por otros motivos, el fiel se encuentra como de improviso en peligro de muerte” pero, si no hubiese tiempo para otorgar todos los sacramentos como está establecido, entonces “en primer lugar, se dé al enfermo la oportunidad de la confesión sacramental que, en caso necesario, podrá hacerse de forma genérica; a continuación se le dará el Viático, cuya recepción es obligatoria para todo fiel en peligro de muerte. Finalmente, si hay tiempo, se administrará la santa Unción” (OUI, 30).
Aún subrayando algunas instancias de tipo rubrical, el nuevo rito pone de relieve la oportunidad del compromiso pastoral para tener en consideración las circunstancias y las personas, con particular atención para el enfermo, su familia y para los que lo asisten (cf. OUI, 128).
Oportunamente se recuerda el significado bautismal del agua bendita, así como la proclamación de la fe (Credo), la oración del Padre nuestro antes de recibir el Viático (cf. OUI, 157. 159).
Conclusión
Cuando una situación de enfermedad es particularmente grave, capaz de prever la muerte del enfermo, es praxis muy antigua de la Iglesia unir a la celebración de la unción el don de la eucaristía bajo forma de viático. Acoger el “viático” es dar testimonio fuerte y muy significativo de esa fe en la vida eterna de la que el cristiano es heredero desde el día en que fue bautizado (dimensión bautismal). Siendo alimento para el viaje, el viático eucarístico sostiene al moribundo en el pasaje de esta vida al Padre y le da la garantía de la resurrección frente a la extrema soledad de la muerte (dimensión escatológica). Por tanto, el Viático es un acto de verdadera fe de los moribundos y de amor de la comunidad que se acerca a sus propios seres queridos y los consuela en el momento más difícil de su existencia (dimensión eclesiológica).
P. EUGENIO SAPORI, M.I.
Profesor de Liturgia en el
Instituto Internacional de Teología Pastoral Sanitaria “Camillianum”,