1. Introducción En la entrada del hospital “S. Giacomo” de Roma, está esculpida la siguiente frase: “Ven para ser sanado, si no sanado al menos curado, si no curado al menos consolado”.
Los tres verbos: “sanar”, “curar”, “consolar”, proponen varios horizontes de salud y de esperanza. A menudo los agentes sanitarios, los enfermos y los familiares focalizan su atención en uno de estos, generalmente la recuperación física, dejando de lado o minimizando el valor de los otros.
Al examinar las prioridades de las diferentes profesiones, podemos decir que los médicos se preocupan sobre todo de “sanar”, las enfermeras de “curar” y los capellanes de “consolar”. A la luz de su preparación técnica y científica, los médicos se sienten llamados en primer lugar a la tarea de sanar, a través de diagnosis particulares, operaciones quirúrgicas o terapéuticas, tienden a dar salud y vida a quien está enfermo.
La preocupación de las enfermeras es de curar y aliviar el sufrimiento respondiendo a las necesidades físicas, mentales y psicológicas del enfermo.
La contribución del capellán y de los voluntarios es de “confortar” o consolar a quien está en el dolor, a través de gestos de cercanía y solidaridad, y de acompañar en el proceso del morir a quienes ya no pueden ser ayudados por las ciencias humanas. Aunque los representantes de las diferentes disciplinas pueden dar mayor atención a uno de estos verbos, es importante concebirlos como interconexos e integrados entre sí, por lo que quien sana al mismo tiempo cura y consuela, quien ofrece una consolación al mismo tiempo contribuye a sanar y a curar las heridas.
Partiendo de esta premisa, mi intervención se propone plantear el aporte constructivo que la pastoral puede ofrecer en la “sanación”, “curación” y “consolación” de las personas.
Cuando hablo de acción pastoral me refiero en primer lugar a los capellanes, pero también a la capellanía como proyecto de la Iglesia, y a los colaboradores pastorales como recursos e instrumentos para irradiar el “evangelio de la misericordia”. Los modelos en los que se articula y expresa la presencia pastoral están ligados por las diferentes tradiciones culturales, por la perspectiva eclesiológica y por la sensibilidad y visión pastoral de quienes trabajan en este sector.
2. La identidad del capellán
En lo que se refiere a la identidad del capellán, los requisitos para asumir este papel varían de un país a otro: en algunas naciones se reconocen como tales solamente a quienes son sacerdotes o ministros ordenados, en otras se incluyen a las religiosas o laicos que tienen una determinada preparación y han recibido el bienestar de sus obispos o de las iglesias a las que pertenecen.
El siguiente mapa ilustra, de manera aproximada, la distribución de los capellanes en Europa según el criterio de la ordenación o no y del ejercicio del ministerio a tiempo completo o parcial. Para leer estos datos es necesario tener presente la pertenencia a tradiciones religiosas diferentes: los países escandinavos (Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Islandia) tienen una mayoría de luteranos evangélicos (del 80 al 95%); los de Europa del centro (Alemania, Holanda, Suiza, Hungría) expresan una variedad de tradiciones religiosas; los países latinos, de mayoría El capellán, la asistencia religiosa y la capellanía católica, y otras naciones se caracterizan por el predominio de una fe religiosa: los griegos-ortodoxos en Grecia, los católicos en Irlanda y Polonia, los anglicanos en Gran Bretaña.
Además de poseer los requisitos oficiales, la identidad del capellán debería servirse de los siguientes elementos:
2.1 La motivación por el servicio
La motivación es el motor de la vida, no es posible acompañar bien al enfermo si faltan las necesarias motivaciones interiores. La praxis de parte de los obispos o superiores mayores de asignar capellanes en los hospitales, sólo de acuerdo con las necesidades circunstanciales o en vista de que el sujeto no estaba más en grado de ofrecer un válido servicio en la parroquia, a menudo ha llevado a consecuencias deleterias en el servicio al enfermo y a la comunidad hospitalaria.
La pastoral del enfermo requiere un corazón sensible y educado y no improvisaciones o forcejeos.
2.2 La preparación específica
Actualmente, el hospital es uno de los ambientes científicos más sofisticados y requiere, incluso pastoralmente, personas competentes y profesionales que no se inspiren solamente en la espontaneidad y en la buena voluntad. En el curso de los últimos años, en varios países europeos han surgido centros de teología pastoral sanitaria o prácticas específicas, como el Clinical Pastoral Training, para promover la preparación humana, teológica, ética y pastoral del capellán, en vista de un aporte más eficaz y creativo junto al enfermo y a quienes se preocupan para asistirlo.
Contextos de presencia
Los ámbitos de la acción pastoral abrazan una variedad de contextos: de los hospitales generales a las casas para ancianos, de las instituciones siquiátricas a los centros de rehabilitación, de los hospitales universitarios a los Hospices.
Los horizontes de la actividad pastoral incluyen: el enfermo, la familia, el personal sanitario, la parroquia, etc. Manteniendo nuestra atención en el capellán, tratemos de acompañarlo en una especie de viaje virtual del cual emergen los diferentes papeles que puede revestir durante su actividad pastoral.
3. Papel del capellán
En la variedad de encuentros que el capellán vive cada día se puede delinear un mosaico de papeles, cada uno de los cuales tiene un espacio o un propio tiempo en la relación con el enfermo. Examinemos estos papeles, remarcando los elementos significativos que lo caracterizan.
3.1 El papel simbólico
El capellán no está allí para anunciar a sí mismo, sino a Alquien o algo más grande de sí. El mismo no se considera la salvación del enfermo, sino un instrumento en las manos de Aquel que salva; no se ilusiona ser representante del amor sino de ser un humilde reflejo de Aquel que es el Amor.
También para el enfermo la presencia y la visita del capellán recuerda una realidad más amplia ligada a Dios, a la Iglesia, a los valores del cristianismo, a la pertenencia parroquial, al significado de la oración y de los sacramentos, a la dimensión espiritual, a la esperanza del paraíso y de una nueva vida.
En cierta ocasión, la presencia del capellán puede desencadenar reacciones negativas referentes a heridas no marginadas, a experiencias que han producido resentimientos y alienación, a recuerdos empapados de delusión y amargura. En estos casos la presencia religiosa es asociada a aspectos negativos como: el autoritarismo, el control, la condena, el sentido de culpa, la incoherencia, la insistencia en el pecado, la falta de humanidad, el miedo del infierno.
La percepción positiva o negativa del capellán depende en gran parte de las experiencias anteriores del enfermo con figuras religiosas; un eventual rechazo de su visita no debe entenderse como rechazo de la persona misma, sino de lo que simboliza. La capacidad del capellán de administrar con sensibilidad y delicadez este momento crítico podría dar lugar a un clima favorable para sanar una vieja herida.
3.2 Papel de consolador
Siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, el capellán está presente para vertir en las heridas de los desventurados el “aceite de la consolación” y el “vino de la esperanza”.
La primera forma de consolación es la escucha del otro, que se expresa en la acogida de sus reacciones y preocupaciones, de sus pensamientos y sentimientos. El que sufre tiene la exigencia de dar voz al propio dolor sin sentirse juzgado, culpable o disminuido por lo que prueba. Tiene necesidad de comprensión y no de consejos fáciles, de respeto no de piedad.
La confrontación se transmite incluso a través del estilo de la presencia pastoral: hay una presencia que cansa y otra que suscita el deseo de nuevos encuentros, un pasaje que deja indiferentes y otro que produce buenos recuerdos. Una presencia puede hablar de humanidad y de calor, otra de formalidad; a veces una breve visita se convierte en ocasión de enfrentamiento y otra de encuentro auténtico. Mucho depende de las aptitudes humanas del agente pastoral.
El evangelio de la consolación se transmite, asimismo, a través de la fidelidad del seguimiento, sobre todo en aquellas circunstancias en las que la enfermedad se prolonga en el tiempo, cuando son necesarias, empeñadas y extenuantes terapias o cuando se acerca el momento de concluir el propio peregrinaje terreno. El verdadero consolador no es aquel que en la oscuridad del Viernes Santo tiene prisa de proclamar la Resurrección, sino el que está dispuesto a vigilar en el Viernes Santo y se vuelve así un símbolo de esperanza.
3.3 El papel del intermediario
El capellán no privilegia la atención hacia la enfermedad y los cuidados médicos, sino hacia las vivencias interiores y las relaciones interpersonales. Su relación de ayuda tiende a desatar aquellos nudos que interfieren con la salud interior de sus interlocutores y a promover relaciones de sanación. Hace todo lo posible para promover las relaciones en los siguientes niveles:
3.3.1 Relación del enfermo con el propio mundo interior
Se ha dicho que actualmente en el mundo occidental el único modo para reflexionar y meditar es de el de enfermarse. Una vez en el hospital el individuo ya no está más sumergido en la infinidad de estímulos y distracciones externas, sino que está obligado a mirarse dentro, a revisar su pasado y su estilo de vida, a cuestionarse sobre el por qué del dolor, a veces para hacer luego elecciones éticas comprometedoras.
Gracias a esta experiencia de introspección y verificación puede madurar y lograr una perspectiva diferente en el mundo: cosas que anteriormente parecían importantes ahora aparecen como secundarias e irrelevantes; otras que eran tomadas como descontadas, ahora son apreciadas y valorizadas. El capellán se inserta en este momento de crisis y de reflexión y, a través de su mediación, trata de contribuir a transformar la crisis impuesta por la enfermedad en una oportunidad de crecimiento humano y espiritual.
3.3.2 Relación del enfermo
con sus familiares En muchas circunstancias, el enfermo enfrenta con realismo y equilibrio su condición mientras sus seres queridos son cargados de ansiedad, por una excesiva necesidad de protagonismo o de paternalismo para con él; provocan conflictualidad con el personal curante o asumen actitudes de culpabilidad entre sí. La familia reviste un papel vital en la experiencia de quien sufre, pero su contribución debe manifestarse en el afecto no en el excesivo afán o victimismo, con respeto de los papeles y no en el control de las decisiones, en la comunicación serena y abierta y no en la denegación sistemática de la verdad, en la afirmación del individuo y no en la constante crítica negativa.
El capellán trata de conocer a los familiares y no sólo al enfermo, para asegurarles su disponibilidad y presencia, para darles informaciones útiles, para facilitar la comunicación con el personal curante, para recoger indicaciones preciosas sobre la personalidad y recursos de su ser querido y para acompañarlos en los momentos dolorosos de la muerte y del luto. Sobre todo se esfuerza para desbloquear dinámicas que interfieren en la comunicación del enfermo con su propio tejido familiar, explora estrategias constructivas para afrontar juntos el desafío de una diagnosis infausta o de una enfermedad crónica, identifica y sostiene a las personas de la familia que pueden ayudar a los otros a enfrentar acontecimientos dolorosos.
3.3.3 Relación del enfermo con el personal sanitario
El sufrimiento comporta siempre adaptaciones a los nuevos papeles como el del enfermo, a nuevos ambientes como el hospital, a nuevos lenguajes como el usado por el personal sanitario. El que atravieza el umbral de un nosocomio a menudo se siente perdi38 do y desorientado en el nuevo ambiente y tiene necesidad de encontrar la serenidad en una relación de confianza con quienes están empeñados para mejorar sus condiciones.
Es importante que los diferentes médicos, enfermeros y profesionales que lo asisten, entablen relaciones con él como persona no como número o un órgano disfuncional o un interesante caso clínico para someter a un próximo congreso de estudio.
A menudo los conflictos y las tensiones surgen porque el enfermo o los familiares advierten que el personal curante asume actitudes despersonalizantes, autoritarias y deshumanizantes en relación a ellos, colocándoles en el papel pasivo de observadores del proceso y no de corresponsables o protagonistas.
El capellán puede tener un espacio vital de mediación tratando de sensibilizar al personal sobre la necesidad de recuperar la centralidad del enfermo en el servicio y evitar el riesgo constante que el hospital se convierta en un puesto de trabajo para los sanos más que un lugar de cura para los enfermos.
3.3.4 Relación del enfermo con los demás enfermos
Hace algunos años, se realizó en California una investigación con enfermos graves en la que se les preguntaba cuál habría sido la persona con quien se habrían sentido más libres para confiar sus estados de ánimo en los momentos particularmente críticos de su enfermedad. De los datos recogidos surgieron las siguientes indicaciones: las últimas personas, en orden de graduatoria, con quienes los enfermos se habrían confiado resultaron ser los médicos y los técnicos porque se considera que están demasiado ocupados para escuchar sus sentimientos y preocupaciones; una valoración no mejor que esta la recibieron las enfermeras; la posición del capellán variaba: para algunos resultaba una figura ideal con quien abrirse, para otros, una figura completamente secundaria.
Los familiares se clasificaron más o menos en quinto lugar, dado que muchos pacientes no se sentían libres de hacer pesar a sus seres queridos su dolor, porque ya implicados por muchas adaptaciones impuestas por la enfermedad. Un puesto importante estaba reservado para los amigos, porque aparecen muy sensibles y objetivos como para asegurar escucha y solidaridad y no estan mezclados en las dinámicas familiares.
Las indicaciones más interesantes se refieren a dos grupos clasificados en los primeros puestos. En el puesto de honor muchos colocaron a los voluntarios, cuya visita gratuita no estaba condicionada por determinados papeles o por otros intereses, sino que se inspiraba en razones humanas y religiosas. En el primer puesto la mayoría eligió a los demás enfermos, personas creíbles que pueden entender el dolor porque ellos mismos lo viven, quizás de otros modos y formas pero en primera persona.
El dolor crea alianza, unión y, bajo su sombra, se emana el amor. Las indicaciones sugeridas por la encuesta abren un espacio vital para la pastoral y prospectan un papel creativo del capellán conexo no sólo a su capacidad de diálogo con los individuos, sino de crear comunidad y favorecer el intercambio y la ayuda recíproca entre quienes estan recorriendo el mismo peregrinaje.
La comparticipación informal en un cuarto o en una división de hospital y la formación de grupos de ayuda recíproca para personas que viven una experiencia de enfermedad o de luto, pueden constituir ocasiones para poner su propia experiencia y sabiduría al servicio de los demás y de la esperanza.
3.4 El papel de animación
“Animación” significa dar un alma, llevar a la luz la vitalidad de las personas. Es importante descubrir los modos y las estrategias para estimular a los agentes sanitarios a expresar sus potencialidades, de lo contrario el trabajo se vuelve routine, las estructuras se fosilizan y ellos pierden sus motivaciones y creatividad.
El capellán puede desempeñar una preciosa acción de animación en varios niveles: en primer lugar él trata de que las personas se afirmen ayudándoles a reconocer sus dones y valores para ponerlos al servicio del crecimiento personal o de la institución. Una segunda forma de animación consiste en saber identificar, motivar y cultivar agentes dispuestos a comprometerse en proyectos de testimonio común.
La colaboración en la formación de los voluntarios puede ser una de las pistas privilegiadas para humanizar el servicio del enfermo. El verdadero leader no es el que promueve a sí mismo o el propio protagonismo, sino el que sabe valorar los talentos de los demás y los promueve para el bien de la comunidad.
Hacer pastoral hoy es cada vez más el resultado de una colaboración común y cada vez menos el protagonismo del individuo. Actualmente, en Italia existen dos modelos para animar la acción pastoral:
3.4.1 La Capellanía: está formada por un grupo reducido de personas – sacerdotes, religiosos y laicos – comprometidos a tiempo completo o parcial en la pastoral. En la práctica, la capellanía está formada por uno o más capellanes, una o más religiosas y uno o más laicos que han obtenido una preparación especial. A través de una programación común y encuentros de verificación, juntos tratan de dar testimonio de la presencia de la Iglesia en el mundo de la Salud con la finalidad de contribuir a la humanización y evangelización de los agentes sanitarios y de las estructuras sanitarias.
3.4.2 El Consejo Pastoral es un organismo formado por miembros del personal sanitario y administrativo, del voluntariado y de los enfermos cristianamente comprometidos para dar testimonio de los valores evangélicos en el mundo de la salud. Su número puede variar de 15 a 30 personas, en representación de los diferentes grupos que trabajan en el hospital. El Consejo Pastoral es ante todo un instrumento para coagular las fuerzas y crear un vínculo comunitario entre quienes se sienten comprometidos para dar testimonio del espíritu del Evangelio.
En segundo lugar este espíritu de colaboración interdisciplinar representa una de las formas más eficaces para incidir en la más amplia comunidad hospitalaria a través de proyectos e iniciativas a nivel litúrgico, formativo, recreativo y caritativo, que contribuyen a animar la vida institucional.
La capacidad del capellán de promover estas iniciativas no es otra cosa sino ponerse en sintonía con las indicaciones eclesiales que reclaman que la acción pastoral no es patrimonio exclusivo de los sacerdotes, sino responsabilidad de toda la comunidad cristiana.
3.5 El papel catequético
Durante su vida terrena, Jesús utilizó parábolas e imágenes sacadas de la vida cotidiana para iluminar y enseñar a sus apóstoles y a las multitudes. Siguiendo el ejemplo del Fundador, el capellán tiene en cuenta las ocasiones ofrecidas por el ministerio para educar a los enfermos a fin de que puedan dar un sentido al dolor y obtengan luz de la Palabra de Dios y de la reflexión.
Catequizar significa a veces transformar un desahogo de amargura en oración; a menudo es el enfermo mismo que con su ejemplo, su fe y serenidad se convierte en evangelizador y formador de los que están sanos. Los maestros más sabios son las personas más vulnerables; los enfermos, para quien sabe escucharlos se vuelven una universidad, no tanto por el aporte que ofrecen a la ciencia, sino por lo que dan a la sabiduría humana.
Detrás de cada rostro que sufre está escondido un don; depende del visitador captar los mensajes. El que se deja educar por los enfermos aprende a enfrentar el desafío de la enfermedad y de la muerte, se prepara a la vejez, aprecia mayormente la propia salud, relativiza los problemas, se mantiene más humilde y más conmovedor.
Hay un aporte catequético que el capellán ofrece al personal sanitario y a la comunidad hospitalaria. A través de la reflexión de la Palabra de Dios, momentos de oración o paraliturgias, celebraciones eucarísticas en la división, la administración comunitaria de la Unción de los Enfermos, tiene la oportunidad de deponer semillas en el terreno de los que escuchan, madurando la fe, purificando las imágenes de Dios que suscitan miedo, educando a la soportación recíproca, estimulando la responsabilidad.
Incluso en el contexto de la colaboración interdisciplinaria de los comités de bioética, la presencia del capellán puede servir para poner en evidencia valores en juego delante de los complejos desafíos planteados por la bioética: la fertilización in vitro, la eutanasia, el trasplante de órganos, los derechos de los enfermos, y favorecer elecciones y decisiones que respeten el principio de la dignidad humana.
3.6 El papel de conexión
El capellán es miembro de una Iglesia que da testimonio de su presencia en el mundo de la salud a través de una variedad de formas y recursos.
El capellán – y/o la capellanía – representa una pieza de un variado mosaico de recursos. Dentro de la estructura hospitalaria él tiene tareas organizativas para asegurar los espacios y los servicios necesarios para desarrollar su tarea, para mantener el contacto con la adminsitración y la dirección sanitaria con el fin de cooperar en los objetivos institucionales e informa a los órganos competentes acerca de iniciativas y proyectos de la capellanía y del consejo pastoral.
Pero el hospital no es una isla, sino una parte de la comunidad más amplia y la orientación actual de reducir a lo mínimo los días de hospitalización comporta el reforzamiento de las estructuras de apoyo en el territorio, sobre todo de la parroquia.
El capellán mantiene los contactos con el obispo, con los responsables de la parroquia y de la prefectura diocesana, con los grupos de visitantes de los enfermos, con el fin de armonizar los esfuerzos, calificar el servicio y colaborar para sensibilizar a toda la comunidad cristiana hacia el mundo del sufrimiento y de la salud.
Una de las formas privilegiadas de sensibilización la tenemos en la Jornada Mundial del Enfermo, instituida por Juan Pablo II, esta iniciativa se está afirmando como el instrumento más eficaz y capilar para focalizar la atención de la Iglesia y de la sociedad sobre los enfermos y suscitar energías nuevas al servicio de este mundo.
3.7 El papel ritual
A menudo la imagen del capellán es confinada y reducida a esta dimensión religiosa, es decir, al papel de quien pasa para dar una bendición o para administrar los sacramentos. El peligro mayor es que el capellán mismo se coloque en este horizonte limitando su obra a la esfera litúrgica y sacramental. La dimensión ritual tiene que ofrecer su aporte de sanación, pero constituye un momento de llegada, no de partida de un encuentro.
En lo posible, es importante construir la relación con el enfermo teniendo en cuenta los elementos mencionados antes, como el papel de consolación y de mediación y, a la luz de esto, discernir el aporte religioso que mejor responde a las exigencias del interlocutor. En ciertos momentos, la oración constituye la respuesta más adecuada: asume un significado particular en el tiempo del sufrimiento y puede transmitir aquella fuerza, paz y serenidad que no se encuentran en los fármacos, sino en una profunda relación de confianza en Dios.
En otras ocasiones, los sacramentos se convierten en una medicina para el alma y son medios para recibir la gracia de Dios y el consuelo religioso; en el tiempo de la enfermedad revisten un significado particular los sacramentos de la Eucaristía, de la reconciliación y de la unción de los enfermos y depende del capellán y del contexto del enfermo evaluar los tiempos y los modos más adecuados para proponerlos.
Un aspecto comunitario de la dimensión ritual está conexo con el estilo del capellán de presidir y animar las celebraciones eucarísticas, para que no sean rápidas y sin vida, sino para que se conviertan en ocasiones para celebrar la fe, alimenten la esperanza e inspiren la caridad.
3.8 El papel ecuménico En la sociedad actual, cada vez más multicultural y multireligiosa, se requiere la presencia de un capellán que posea un espíritu ecuménico.
Las grandes ciudades se han transformado en un punto de encuentro de las diferentes culturas y el hospital, a su vez, es un cruce de la humanidad. En los pabellones de un nosocomio podemos encontrar, uno junto al otro, al etíope y al peruano, al polaco y al egipcio, al indiano y al español; cada uno de ellos con su historia personal y su patrimonio cultural y religioso.
El capellán se hace presente en este mosaico de tradiciones llevando el aporte de su humanidad y el rostro de la acogida y de la bondad.
La perspectiva ecuménica comporta, particularmente, la capacidad de saber distinguir dos dimensiones del patrimonio espiritual de las personas: la tradición religiosa y la espiritualidad.
3.8.1 La tradición religiosa es el conjunto de valores, prácticas, ritos y manifestaciones externas que constituyen el bagage de una determinada fe transmitida a través del canal comunitario y cultural. Así, por ejemplo, el nacimiento en una determinada nación comporta que el individuo esté expuesto, asimile y haga suyas la tradición religiosa de la familia o del contexto cultural de pertenencia.
3.8.2 Por otro lado, la espiritualidad no está necesariamente mediada por la cultura, sino que forma parte de la vivencia del individuo y abraza un horizonte más amplio de la tradición religiosa. La espiritualidad puede estar ligada directamente con la pertenencia a una tradición religiosa, pero para muchos individuos no es así. Más que en el pasado, actualmente existen muchas personas que no frecuentan la iglesia, el templo, la mosquea o la pagoda, y tampoco parecen estar interesados a los valores propuestos por estas instituciones, pero poseen una rica espiritualidad.
La espiritualidad es lo que da significado a la existencia, los valores que motivan el actuar, la relación con Dios y con lo sagrado, el sentido del proprio compromiso en el mundo, etc.
El capellán se vuelve ecuménico según sepa acoger, a través de fragmentos de diálogos, la espiritualidad que anima la existencia de las personas. La siguiente pauta delinea algunos elementos que pueden caracterizar el patrimonio espiritual de una persona:
– la relación con Dios o con lo divino. El coloquio con los enfermos revela las diferentes imágenes que ellos tienen de Dios, la percepción que tienen de su actuar y de su presencia en el mundo y los diferentes estilos de oración y de lenguaje para encontrarlo;
– el significado del sufrir – cada individuo asume actitudes diferentes ante la experiencia de la vulnerabilidad y del dolor, y recurre a fuerzas interiores que lo hacen capaz de lograr un sufrimiento fecundo;
– el sentido de la vida y de la muerte – el impacto con el dolor suscita interrogantes profundos: ¿cuál es la finalidad de la vida y el sentido de la muerte? ¿cuáles son los valores o la fe que nos ayudan para enfrentarnos a lo ineluctable de la muerte? ¿cuál es la creencia en el más allá?;
– la necesidad de perdón – examinando el propio pasado, la persona encuentra siempre carencias, debilidades, incoherencias, desacuerdos, errores de omisión y de comisión. La melancolía y la deploración por la propia fragilidad hacen surgir la necesidad del perdón: alguien tiene necesidad de recibirlo de Dios, alguno de los demás y alguno está llamado a darlo a sí mismo.
La conversación íntima se convierte para el enfermo en ocación para “confesar” sus propios errores e indirectamente para pedir perdón;
– la relación con los demás – “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 35). La espiritualidad de un individuo se expresa de manera particular en su forma de relacionarse, por lo que se advierte un espíritu diferente entre quien se reporta a los demás inspirándose en la solidaridad, en la gentileza y en la caridad, y otro cuyas razones relacionales son egoístas y finalizadas a la manipulación y a la explotación del prójimo.
La espiritualidad de una persona que se declara atea, pero cuya vida está marcada por una fuerte generosidad y por un genuino respeto hacia el prójimo, puede ser más profunda y auténtica que la espiritualidad de otra persona que frecuenta diariamente la iglesia, pero cuyas relaciones están alimentadas por la envidia o por la celosía y por la crítica constante de los demás.
– la relación consigo mismos – Se ha escrito: “He buscado a mi Dios y a mi prójimo, pero no he encontrado a ninguno de los dos; entonces he buscado a mí mismo y he encontrado a los tres”. El conocimiento y la aceptación de sí mismos es un presupuesto esencial para ofrecer acogida a Dios y a los demás dentro de sí. Quien está en exilio en su propia casa fatiga para encontrar en la misma una morada para Dios o para el prójimo.
El que tiene una imagen pobre de sí, constantemente tiende a subestimarse, no se valoriza como don de Dios, se autocondena limitando su libertad y potencialidad y empobrece su propia espiritualidad. S. Ireneo decía: “La gloria de Dios es la criatura plenamente viva”.
– la relación con la naturaleza – si muchos descubren a Dios familiarizándose con la historia de la Salvación o lo ven en los ojos de un niño, de una mujer o de un anciano, otros advierten su presencia especialmente en el contacto con las bellezas que El ha creado: apreciar el ciclo de las estaciones, admirar el creado por las cimas de las montañas o por las profundidades de los abismos, contemplar una flor que se abre, gozar de la tranquilidad de un lago, apoyarse bajo la sombra de una encina, fotografiar la belleza de un atardecer, se convierten en momentos espirituales que revelan el misterio de las cosas, la gratuidad de la vida, la Providencia de Dios.
En el encuentro con las voces y los colores del creado, el hombre halla a su Creador y su contemplación se convierte oración, adoración, agradecimiento.
Conclusiones
He tratado de delinear un mapa de senderos, un abanico de papeles que pueden volver más incisiva la presencia y el testimonio del capellán y de la capellanía en el hospital. Pero tener el mapa no sirve si no estamos dispuestos a realizar el viaje.
El convencimiento es el primer paso que proyecta itinerarios que se pueden recorrer, pero luego es necesaria la humildad, la motivación y la tenacia de comprometerse para seguir el camino.
El desafío para comunicar de manera comprensible el Evangelio en el mundo de la salud requiere de parte de los capellanes y de equipos pastorales
*una creciente motivación para formarse, a través de cursos y prácticas, y ser más competentes;
* la disponibilidad para cultivar el espíritu de colaboración y de proyectos con otras personas y grupos comprometidos para humanizar y evangelizar el hospital,
* la creatividad suficiente para afrontar con imaginación y originalidad las provocaciones planteadas por el complejo mundo del dolor y de la salud.
P. ARNALDO PANGRAZZI,
M.I.