Ministros extraordinarios de la Comunión

PERFIL DEL MINISTRO DE LA COMUNIÓN.

1- Creyente laico/a adulto, muy humano en el trato cotidiano con todas personas, de vida familiar ejemplar, bien aceptado en la comunidad local.
2- Optimista, paciente, lleno de alegría, discreto, sigiloso, misericordioso, buen samaritano.
3- Gran vocación altruista de servicio hacia quien sufre.
4- Con tiempo disponible, sin excesos en los compromisos pastorales, con formación adecuada y conocimiento del hombre enfermo.
5- De mucha intimidad personal con Cristo muerto y resucitado.
6- De oración constante, hambriento de la Palabra de Dios y de la misericordia divina.
7- Impregnado de la espiritualidad eucarística.
8- Amante de la comunión de la Iglesia, creativo en un apostolado en equipo, considerando este ministerio no como una promoción u honor sino como un servicio humilde.
9- Quien hace carne la fe, la esperanza y la caridad y lo transmite a quien sufre.
10-Corresponsable de la salvación de los hombres.

CONFIGURADO CON CRISTO.

El ministro de la Comunión ha de vivir con orgullo el don de gozar con su hermano mayor, Jesús, la filiación con Dios Padre; la dicha de la amistad con ese amigo del alma y en el alma que es el Espíritu Santo. En esta relación amorosa con la Trinidad ha de fundamentar su vida espiritual. El ministro no es un mero «cartero» de la Comunión. Es, sobre todo, un «Cristóforo», portador de Cristo. Es más, es un configurado con Cristo.

Y constantemente ha de crecer esa confuguración que, de manera inigualable, expresó San Cirilo de Jerusalén:

«Al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo te haces concorpóreo y consanguíneo suyo. Así pues, nos hacemos portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo» (Catequesis, 22).

Portador por llevar a Cristo dentro de sí y llevar a Cristo a los que sufren. El ministro ha de configurarse con la humanidad de Jesús de Nazaret, con todo Cristo resucitado que comulga.

RECOMENDACIONES PRÁCTICAS PARA UN MEJOR EJERCICIO DEL
MINISTERIO EXTRAORDINARIO DE LA COMUNIÓN.

Algunos enfermos y ancianos se sienten relegados de comunidad y la familia. Ya no pueden asistir diariamente al templo, ni siquiera el domingo. La enfermedad y la muerte son realidades humanas, no desesperante fracaso. No es rara la sensación de inutilidad y abandono, tentativas de suicidio, ir a curanderos y brujos, a sectas que predican sanación, la marginación de la comunidad.

Necesitan un acompañamiento pastoral más cercano y adaptado. Los sacerdotes no pueden atenderlos en domingo, ni en la hora más acomodada al enfermo. No tenemos equipos fijos de atención a ellos, con carisma propio.

Para que el gran don de la comunión eucarística estuviera al alcance de todos, la Instrucción «Inmensae charitatis» establecía la posibilidad de instituir ministros extraordinarios de la comunión, para los enfermos, y en casos extraordinarios también en el templo.

La Instrucción «Dies Domini» sobre el domingo hizo ver la obligación de celebrar el domingo, también por parte de los enfermos y quienes viven lejos. El Ritual de Celebración Dominical en ausencia del presbítero insiste en que los ministros extraordinarios asocien a los enfermos en la celebración de la comunidad.

El magisterio pastoral actual de la Iglesia insiste en la promoción del protagonismo de los laicos, y la respuesta a las necesidades mediante agentes de pastoral. No es pereza de los sacerdotes, ni una moda, ni autoritarismo laical, ni un premio. El ministerio es un servicio permanente en la comunidad, para responder a una necesidad, y ejercido oficialmente con aceptación de la misma comunidad.

No se trata tanto de crear ministros, sino de descubrirlos, discernir si lo hacen por vocación, ofrecerles capacitación hasta su reconocimiento oficial. En la Iglesia todos ejercemos nuestros dones y carismas al servicio de la comunión eclesial. La comunión eclesial tiene su signo y plenitud en la comunión sacramental.